Frente a la torre del reloj del Kremlin donde, como en Madrid en la Puerta del Sol,
celebran los moscovitas las campanadas de Fin de Año.
"Desde Rusia con amor" es el título de una película de James
Bond estrenada precisamente el año en que nací yo, ¡ahí es nada! Pero Rusia —y
Moscú en concreto— es más que un puñado de películas de espías que surgieron
del frío. La verdad es que una sola mañana en la capital de la Madre Rusia y la ciudad ya me ha hipnotizado.
Mi avión aterrizó en el aeropuerto Domodedovo a las 6 a.m.,
hora de Moscú (4 de la mañana en España). A esa hora el termómetro marcaba
exactamente 0º C y no iba a subir durante la jornada a mucho más de 8º (por fin iba
a poder hacer uso del abrigo que me acompañó todo el día de ayer colgado del
brazo por A Coruña y Madrid a más de 22º C). Sin embargo, para mi sorpresa, Moscú
no es una ciudad fría ni mucho menos.
Un corredor del metro de Moscú... Para perderse y disfrutar.
Un taxista me esperaba en la salida del aeropuerto con un
cartel en el que se intuía mi nombre escrito con una caligrafía infantil.
Supongo que si yo me viese obligado a escribir con caracteres cirílicos, también
mi grafía aparentaría la de un niño que garrapatea tímido e inseguro sus
primeras letras. Después de aproximadamente una hora de coche, en la que
ninguno de los dos nos dirigimos la palabra, más por inseguridad y timidez que
por frialdad, el buen hombre me dejó en la
puerta del hotel Arbat con una amplia sonrisa. El hotel, aunque totalmente
remodelado, conserva la elegancia y encanto de los años sesenta —esos de la
Guerra Fría— en los que fue construido. Cuando entramos en la city todavía era
de noche, pero la mayor parte de los edificios estaban irisados con haces de
luz dorados, blanco, rojos y violetas que proyectaban sobre sus fachadas falsas
columnas luminiscentes. Me impresionó y todavía no había amanecido.
El hotel está situado en el centro de la metrópoli, en una
calle perpendicular a la vieja Arbat, vía peatonal y turística por excelencia y
uno de los centros neurálgicos de la vida nocturna de la ciudad, con tiendas,
puestos ambulantes, teatros, cafés, discotecas, etc.
La Vieja Arbat, a estas horas todavía vacía de actividad.
Hoy tenía el día libre. Después de instalarme en el hotel y
darme una ducha, cansado por el viaje, me quedé dormido de 9 a 10, hora a la
que había quedado con Valentina —perteneciente a la organización del Congreso
en donde dentro de dos días se proyectará “Arrugas”, con un debate posterior
sobre el arte y la vejez en el que participaré—que me llevó a pasear tanto por
la vieja como por la Nueva Arbat, avenida principal llena de bancos
(donde cambié unos pocos euros por rublos), tiendas y actividad comercial.
Precisamente aquí, en una enorme librería, encontré el ejemplar ruso de “El
principito” para mi colección :)
Ejemplar en ruso de "El Principito"
La ciudad es gigantesca, con largas avenidas y anchísimas
plazas que desafían incluso la magnitud y esplendor de las rúes y monumentos de
París.
A eso de las 11:00, Valentina, que tenía cosas que hacer, me
dejó en un Startbuck (pero ruso) con Raina una estudiante de comunicación
tártara (de Kazán, como los cosacos de la zarzuela “Katiuska”) que ejerció de
excelente cicerone el resto de la mañana.
"Café" se entiende bien -fue la primera palabra que identifiqué-, pero "Startbuck" ya cuesta más.
Raina me descubrió un par de paradas del metro de Moscú —señoras
y señores, eso no es un metro, ¡es un auténtico museo!— y, a continuación, me
llevó a la famosa Plaza Roja, donde se ubican más museos, al lado del Kremlin,
el mausoleo de Lenin o la hermosísima Catedral de San Basilio.
La anfitriona me iba poniendo al día en perfecto inglés de fechas de
construcción, nombres de zares promotores, constructores, estilos arquitectónicos, caídas, tradiciones,
revoluciones, reconstrucciones, además de la lista completa de Secretarios Generales del
antiguo Politburó de la era comunista. Con tal profusión de datos, me sentí
como aquél compatriota del chiste de Eugenio que, ante la vasta cultura de su
interlocutor ruso, solo acertaba a decir que a él le gustaba la ensaladilla
rusa, la montaña rusa, los bistecs rusos y, ya que estamos, la salsa tártara.
Me entraron ganas de cantarle “Rusita, rusa divina” (también de "Katiuska"), pero me corté para no
asustarla.
Un ángulo de la Plaza Roja, con el Kremlin a la derecha y la catedral de San Basilio al fondo.
La mañana y el magnífico primer paseo por Moscú terminó admirando
el río Moskva que da nombre a la ciudad y que la circunvala serpenteando a
través de sus entrañas.
Un recoveco del río Moskva, en la popa del Kremlin (a la derecha).
Más tarde, después de hacer mis pinitos en ruso con
palabras como Privyet! Kak dyela? Priyatnogo appyetita! Spasibo o Poká! —hola,
qué tal, buen provecho, gracias y adiós, respectivamente— dimos buena cuenta de
sendos platos de pasta en un restaurante italiano —tal vez mañana me atreva con
algún plato típico ruso (si consigo traducir la carta)— mientras hablábamos de
cine, de escritura, de viajes, de deportes, de Galicia, de Kazán y de política (incluidos los hijos de Putin y las
primas de Rajoy). Y, ya en la vieja amistad que nos unía desde hacía un par de
horas, nos hicimos unos selfies para subir a Facebook.
El otro lado de la Plaza Roja, a la izquierda el Kremlin con el mausoleo de Lenin delante.
Finalmente, despedí a mi joven interlocutora rusa en la plaza
Arbatskie Vorota, donde se cruzan la vieja y la nueva Arbat, y me fui dando un paseo hasta el hotel admirando (y
envidiando) las limpísimas y enormes calles del centro de la ciudad, donde no
se ve ni un mísero papel, ni una colilla, tirados en el suelo (la buena
educación es lo que tiene).
La plaza Arbatskie Vorota, con una pantalla de video de ¡vete a saber cuántas pulgadas!
Aquí todo es a lo grande.
Después de una siesta —ésta muy española, no rusa— pasé el resto
de la tarde escribiendo en el hotel, porque me he traído hasta aquí bastante trabajo atrasado. Me
cundió.
Mañana por la mañana conoceré a los organizadores del Congreso
y, puede que por la tarde me acerque hasta el Gorky Park, otro referente de las
películas de la época de la Guerra Fría. Pero, insisto, a pesar de la
temperatura, Rusia… de fría nada.
Con el busto del camarada Vladimir Ilich Lenin.
Me faltaba una ciudad para ambientar la trama de mi novela
de siete ciudades. Tenía seis: París, Londres, Roma, Jerusalén, Barcelona y
Santiago. Creo que la séptima va a ser Moscú. Aunque para eso tal vez tenga que
volver más veces.
Будьте счастливы, o sea, sed felices! ;)