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jueves, 24 de diciembre de 2015

Noche de paz


Leo la Biblia y encuentro:
«Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. Porque los mandamientos: no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro, se resumen en éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». (Romanos 13:8-9).

Leo el Corán y dice:
«¡Humanos! Ciertamente os creamos iguales a partir de hombres y mujeres e hicimos grandes multitudes y numerosas naciones para que os conozcáis y colaboréis entre vosotros». (Sura l-Hujurat, 49:13).

Leo la Torá y dice:
«Convertirán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará nación contra nación su espada, ni se adiestrarán más para la guerra» (Yishayahu, 2:4). «Aléjate del mal y haz el bien, pide la paz y persíguela» (Tehilím, 34:15).

Leo la Declaración Universal de los Derechos Humanos y dice:
«Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros». (Artículo 1)

Y después de leer pienso: No somos tan distintos, aunque nos empeñemos tercamente, día tras día, en parecerlo. Y también creo que la grandeza de algunos libros consiste en que cada uno encuentra en ellos lo que quiere encontrar. Quien siente odio, solo hallará más rencor.
Feliz noche de paz a todas las personas de buena voluntad, crean en lo que crean y piensen como piensen. Que todas las noches de vuestra vida, sean noches de paz. Salam, Shalom, Paz y Salud!
Sed felices! ;)

sábado, 19 de diciembre de 2015

¿Quién puede matar a un ruiseñor?


Scout y Atticus, los protagonistas de la película "Matar a un ruiseñor"

Mañana voy a votar, claro, como hará la inmensa mayoría de electores del país. Voy a votar por el partido que, después de haber reflexionado mucho, creo que es el que lo hará “menos mal” (lógicamente, según mi particular y subjetivo criterio personal). Pero admito que, tal y como están las cosas, sinceramente me gustaría que todos perdiesen. Es decir, puestos a soñar, desearía que no ganase nadie o, lo que es lo mismo, que hubiese un empate técnico entre cuatro o cinco o seis, y que ninguno alcanzase la mayoría absoluta sin la suma de, al menos, otros tres, para que ello les obligara a gobernar por amplio consenso de ideologías durante toda la legislatura. Especialmente en temas como la sanidad, la educación y la cultura que, por su importancia, no deberían ser privilegio del Ejecutivo sino del Parlamento, a fin de que sus acuerdos puedan perduran muchos años. Que gobernasen en materia laboral, social y económica con el menos malo de los pactos o, lo que es lo mismo, con la mejor de las propuestas de cada partido en cada área. Y me gustaría que hiciesen también extensivo ese consenso a la revisión, reforma y modernización de la Constitución, actualizándola a los nuevos tiempos e inquietudes que corren, para que pueda funcionar sin demasiados sobresaltos otros cuarenta años más. Tal vez ese empate técnico por arriba posibilitase que nuestros políticos aprendieran a dialogar de verdad entre ellos.

Pero para eso hace falta tolerancia, es decir, respetar las ideas y opiniones del contrario aunque no se compartan. Me gustaría que no ganase ninguno porque anhelo que España sea un estado plural, con gente de derechas y de izquierdas, nacionalistas y unionistas, trabajadores, empresarios y autónomos, nacidos aquí e inmigrantes, creyentes y agnósticos, hombres y mujeres libres e iguales, con los mismos derechos y obligaciones, que puedan convivir en pacífica armonía. Porque sé que, de lo contrario, lo que tendríamos sería aquel “pensamiento único” que siempre intentan imponer por la fuerza los tiranos y fanáticos de ambos extremos que en el mundo han sido (y siguen siendo en muchos lugares del planeta).

"Matar a un ruiseñor", una preciosa novela de más actualidad que nunca.

Quisiera recomendarles a los líderes de los partidos políticos (y, humildemente, a todos sus votantes) que, aprovechado la jornada de reflexión, salgan a comprar la novela “Matar un ruiseñor”, de Harper Lee —en la que se basó la excelente película del mismo título de Robert Mulligan—, para usarla como libro de cabecera estas navidades.

Este relato, mucho más que la película, es un canto a la tolerancia expresado a través de la inocente mirada de una niña, Scout, con un padre de profundas convicciones y principios absolutamente sólidos, llamado Atticus Finch, que, a o largo de la narración, trata de enseñar a sus hijos, Scout y Jem, que todas las personas son iguales y merecen idéntico respeto, sea cual fuere su raza, sexo, confesión, filiación política e ideológica y posición social o económica. Y, para hacérselo comprender, les aconseja que, antes de rebatir o desechar las ideas del contrario, por muy absurdas que les parezcan, intenten siempre conocer la realidad del otro y ponerse en su lugar para comprender sus razones —algo que a mí se me olvida muy a menudo—, aunque ese otro sea el adversario que está intentando aniquilarte: «Nunca conoces realmente a una persona hasta que no has llevado sus zapatos y has caminado con ellos», dice Atticus.

Tal vez tengamos que volver a ser niños para poder comprender qué significa tolerancia.

Es cierto, ya lo sé, que también cabe la posibilidad de que nuestros dirigentes sean incapaces de estar a la altura y ponerse de acuerdo en nada, provocando más crisis, más crispación y más rencor. Entonces habrán matado al ruiseñor. Nuestra obligación es acudir mañana en riada a los colegios electorales, llenar las urnas hasta que desborden las papeletas, intentar superar aquel récord del 80 % de participación de las primeras elecciones libres del 77. Demostrarles en definitiva a los políticos que nosotros sí hemos estado a la altura y que nadie puede acabar con la democracia, que nadie puede matar a un ruiseñor. Solo así, aunque no gane nadie, habremos ganado todos. Sed felices! ;)

viernes, 30 de octubre de 2015

Las mil y una noches (de Luar)

Junto a Manolo Abad, en la sombra, el alma máter de "Luar" es sin duda Gayoso.

Hace un par de semanas, pude leer el artículo publicado por Manolo Abad en La Voz de Galicia titulado «Cómo acabar con “Luar” de una vez por todas». Un artículo de lo más acertado y necesario. Me hubiera gustado comentarlo entonces y dar mi opinión, pero al hallarme de viaje me fue imposible.

Esta noche “Luar” alcanzará el programa número 1.002, es decir, ya ha superado incluso a las mil y una noches que Scheherezade tuvo que pasarse en vela contando al sultán los mil y un cuentos que le salvaron la cabeza.

Mil y un programas y 24 años en antena, siendo muchas veces líderes de audiencia, deben querer decir algo. “Luar” es un programa que casi nadie confiesa (o confesaba) ver y, sin embargo, muchos critican (o criticaban). Recuerdo aquí unas palabras de Fernando Fernán-Gómez referidas a los que menospreciaban el cine español con afirmaciones como: «Yo no veo cine español porque es malo». Pero, si no lo ves, alma cándida, ¿cómo sabes que es malo? Es la paradoja de un cierto sector de la población, supuestos intelectualóides —izquierdosos en su mayor parte, que no izquierdistas—, atrincherados detrás de sus prejuicios, que no ven más allá de esos sesudos libros que supuestamente leen (pero que claramente no los hacen más sabios), rechazando la cultura popular mayoritaria.

Pero ser de izquierdas e intelectual es para mí, sobre todo, comprender a los demás, ponerse en su lugar para tratar de entender sus razones, aunque no se compartan, aceptar el pensamiento de los otros con sus circunstancias, ser tolerante, especialmente con los gustos del pueblo. Saber, como decía don Juan Tenorio, subir a los palacios y bajar a las cabañas, y en todas partes dejar memoria de uno (de ser posible, no amarga, como don Juan). Tiempo hay para ver pelis de Bergman o Fellini, asistir a una ópera de Puccini, leer a Shakespeare y bailar en una verbena de pueblo al ritmo de la orquesta "Panorama", como dice Manolo en su artículo, o "París de Noia", o también ver "Luar". Si no, nuestra visión del mundo será siempre parcial.

Quiero contaros mi experiencia en “Luar”. Mi primer "Luar" fue hace muchos años, allá por el 2000, más o menos. Por aquel entonces yo era de esos que también criticaban el programa sin haber visto ninguno completo, lo confieso (arrepentido). Pero un buen día, el destino hizo que coincidiera con su realizador, Manolo Abad, en el montaje de una entrega de premios del Audiovisual Gallego en Pontevedra. Quedamos en que, a la semana siguiente, nos veríamos todos los de la organización para tomarnos una copa en Santiago. Pero como quiera que el día que nos venía mejor a todos era el viernes, Manolo, para no perdérselo, nos invitó a “Luar”, cuando todavía se grababa en la discoteca “Dona Dana” en Touro —hoy me parece un desmadre porque se podía fumar durante la grabación, tomar cubatas y bocadillos de chorizo—. Allá nos fuimos. He de confesar que yo iba un tanto abochornado esperando sentarme en una mesa lejos del escenario para que nadie me viera por televisión. Pero resultó que teníamos una mesa reservada en la misma boca del escenario. No contento con esto, durante la actuación de un mago portugués que pedía voluntarios para su numerito, el artista me sacó a mí al escenario (estoy convencido que llevaba un pinganillo y el cabrito de Manolo le sopló a quién subir). El caso es que, durante las cuatro horas de programa, se fue produciendo en mí una metamorfosis.

Cuando vives el "Luar" comprendes por qué lleva 24 años en antena.

Y esa metamorfosis fue provocada tal vez al ver la cantidad de gente que trabajaba allí, la profesionalidad de todo el mundo, comenzando por José Ramón Gayoso que se tiraba con el micrófono pegado a la barbilla todo el rato, incluso en las desconexiones para publicidad, animando al público, haciéndole vibrar. El ver reír en vivo y en directo a aquella gente —gente de verdad, no fingidos intelectuales de gafitas, sino gente humilde, del pueblo, con costumbres humildes, como mis padres, mis abuelos, mi familia—, verlos bailar cada vez que empezaba una actuación y aplaudir a rabiar al terminar, produjo en mí una catarsis tal que, venciendo toda timidez me hicieron erguirme de mi silla en el último número (Peret, lo recuerdo perfectamente) y ponerme a bailar la rumba catalana con María Liaño (productora de los premios, la semana anterior).

Ésa fue la primera vez que fui a “Luar”, pero ni mucho menos la última. A partir de ese momento, siempre que pude, me plantaba allí con cualquier excusa: la presentación de varias de mis películas, la actuación de amigos como Luz Casal, la presentación de una asociación benéfica o simplemente tomarme una copa después con Manolo. Siempre fui bienvenido por todo su equipo, siempre tenían un hueco para mí cuando les pedía acudir para presentar lo que fuera. Recuerdo que alguien me dijo por aquella época: “No te avergüenza ir a un programa-basura” ¿Programa-basura? Un programa-basura es aquel que, sin contenido alguno, reúne a un montón de indocumentados para despellejar a otro indocumentado. Pero un programa que contrata a tanta gente —¡cuántos de nuestros más grandes actores y actrices comenzaron ahí haciendo sus primeros pinitos!—, que promociona la cultura folclórica y popular de un pueblo —¿o acaso nuestra bandas de música, orquestas populares y grupos folclóricos no son parte de nuestra cultura?—, un programa que llega de esa manera al público, que se renueva año tras año, que ha alcanzado las mil y una noches, no puede ser un programa-basura. No, "Luar" es un clásico que, según la Real Academia, no es otra cosa que un "modelo digno de imitación".

En una de mis muchas visitas a "Luar" (2013), en este caso para promocionar
la Asociación contra las Enfermedades Neuromusculares.

Seis años más tarde, ya en el 2006, la semana anterior a la entrega de los Goya en la que nos concedieron el galardón por “El sueño de una noche de san Juan”, se produjo una cosa muy curiosa. Me invitaron a dos programas. A mitad de semana, fui a uno de esos desayunos televisivos después de los informativos de la mañana. “El ruedo ibérico” se llamaba, presentado por Monserrat Domínguez en Antena 3. Compartí cartel con la exministra de Asuntos Exteriores Ana Palacio. Nos dedicaron media hora larga a cada uno. Pensé que ese día me vería mucha gente y, cuando encendiese el móvil después de terminar la entrevista, lo tendría lleno de mensajes y llamadas perdidas… ¡Ni una! Pero al llegar el viernes, me entrevistó Gayoso en el “Luar”. No cesaron los sms ni las llamadas durante todo el fin de semana. Curiosamente, casi todos decían que me habían visto de casualidad haciendo zapping. ¡Qué casualidad! Una entrevista de 10 minutos en un programa de cuatro horas y todo dios estaba haciendo zapping en ese momento. ¿Qué sucedía en las otras cadenas? ¿Hubo una desconexión generalizada?

En fin, con estas anécdotas, simplemente os quiero contar que nadie debe avergonzarse de divertirse. Y “Luar” es sobre todo un programa que entretiene y divierte, ése es su secreto. Pero además salvaguarda parte de nuestra cultura. Y porque “Luar” es también una fábrica de profesionales tanto técnicos como artistas.

Por eso hoy quiero felicitar a Manolo, a José Ramón y todos los que han trabajado y trabajan en “Luar”, que esta noche habrá batido el récord de las mil y una noches, deseándoles otros 1000 programas más de entretenimiento, diversión, imaginación y cultura popular. Sed felices! ;)

miércoles, 22 de julio de 2015

OBRADOIRO DE GUIÓN EN BIBLOS CLUBE (BETANZOS)

Gracias a esa gente que confía en lo que pueden aprender de mí, por todo lo que yo siempre acabo aprendiendo de ellos :)


Lujazo de taller que imparto esta semana en la librería Biblos Clube de Betanzos. Como dice Tucho Calvo en su Facebook: "O obradoiro de guión de cine con Ángel de la Cruz, un luxazo para xente coas máis variadas motivacións, das máis diversas idades e procedencias... veñen de Pontevedra, de Salamanca, de Foz..."


Gracias. Sed felices! ;)

sábado, 11 de julio de 2015

HOMO TRIBALIS.

Al hilo del tema de moda estos días —Europa, o cómo la entendemos cada uno—, vino a mi memoria una serie de RTVE que vi con tan solo catorce años (allá por el lejano 1977) titulada “Las reglas del juego”. En ella, el eminente antropólogo y pensador José Antonio Jáuregui exponía su teoría del “Homo Tribalis” que no es otra cosa que un sentimiento atávico que todos llevamos dentro desde el paleolítico y que no podemos evitar sentir. Este sentimiento nos obliga a defender, ensalzar, proteger y luchar por nuestra tribu —dicho sin ninguna connotación peyorativa—, incluso hasta sacrificar la propia vida por ella, entendiendo como “tribu” al grupo o grupos humanos a los que pertenecemos, pudiendo ser estos familiares (hijos, padres, hermanos, pareja), sociales (clase alta, media, baja), políticos (derechas, izquierdas, centro), económicos (obreros, capitalistas, burgueses), religiosos (cristianos, judíos, musulmanes, budistas, ateos, etc.), sexuales o de género (mujeres y hombres, heterosexuales u homosexuales), étnicos (blancos, negros, asiáticos, gitanos, indios, etc.), laborales (oficio, profesión, sector), educativos (estudios, carrera, etc), deportivos (Barça o Madrid, Depor o Celta, etc) pero, sobre todo, territoriales (los nacionalismos de todo tipo, con todos sus símbolos e idiosincrasias: lengua, banderas, himnos, escudos, etc.).

Todos seguimos perteneciendo a una (o varias) tribus.

El sentimiento tribal no es racional sino simplemente emocional, como todos los sentimientos (en algunos casos, incluso casual como nacer en un país, en el seno de una familia, de una raza determinada o con un sexo u otro). Por poner un ejemplo gráfico, uno de Vigo y otro de A Coruña ("turcos" y "portugueses") se pueden llevar a matar, pero si viene un madrileño a tocarles las narices, ejercerán ambos de gallegos para combatir al agente externo. Sin embargo, si a continuación viene un gabacho a buscarles las cosquillas, habrá muchas posibilidades de que los tres se posicionen como españoles para echar al franchute con cajas destempladas. Ah, hasta que llegue un chino o un gringo, por ejemplo, y los cuatro hagan valer su europeidad aliándose para someter al asiático o al yanqui. Y, cuando no es así, es porque prevalece la pertenencia a otra tribu por encima de la territorial. Si el de Vigo y el de Coruña son, por ejemplo, nacionalistas de izquierda, preferirán a un francés de izquierdas que al madrileño centralista de derechas. Pero siempre habrá una tribu que domine nuestro individualismo racional mediante un tribalismo emocional. Lo contrario, aunque debiera ser evolución, lo llamamos desarraigo. Las emociones, en fin, siempre están por encima del pensamiento.

Vistas así las cosas, mientras no desaparezca el sentimiento tribal, la humanidad no podrá estar unida a no ser que sea invadida por una raza alienígena, por la rebelión de las máquinas o por otra especie animal evolucionada, tipo los simios del planeta de los ídem.

Bromas a parte, os dejo aquí (Las reglas del juego) el enlace del primer capítulo de la serie que, aunque de estética setentera y con las entrevistas muy trucadas y ficcionadas con actores, tiene la misma validez que entonces y que hace 2 millones de años, cuando el Clan del Oso Cavernario.

En asuntos tribales, poco ha cambiado la Humanidad desde el Paleolítico.

Sirvan de muestra, al hilo de la cuestión europea, las sabias palabras del profesor Jáuregui, fallecido hace ahora diez años, que, en busca de una cultura común europea, abogaba por un europeísmo sin sentimientos tribales: “No deberíamos los europeos caer en ninguna estúpida arrogancia tribal al maravillarnos del 'patrimonio cultural común' que hemos heredado. Al fin y al cabo nacer en Europa es un accidente (y nacer otro accidente, por cierto). Pero es nuestro deber conocer, mantener y preservar nuestra cultura y hacer cuanto esté en nuestras manos para que siga dialogando Platón, componiendo Mozart, escribiendo Cervantes, pintando Miguel Ángel y fabricando los 'stradivarius' Antonio Stradivari, no para imponer nuestra cultura a nadie, sino para ofrecer en un espíritu de servicio, de solidaridad y de agradecimiento nuestros productos culturales a toda la familia humana, teniendo en cuenta la deuda inmensa y desconocida que hemos contraído con otras sociedades que nos han regalado sus maravillosos inventos culturales y recordando siempre el consejo de Montesquieu: 'Jamás haré nada que beneficie a Francia si perjudica a Europa; jamás haré nada que beneficie a Europa si perjudica a la Humanidad'”.


Sed felices! ;)

lunes, 4 de mayo de 2015

UP IN THE AIR o CÓMO VIAJAR LIGERO DE EQUIPAJE.

A todos nos gusta viajar o, mejor dicho, a todos nos gusta conocer otros lugares, culturas y gentes. Pero viajar en sí mismo, o sea, el acto de desplazarse, suele ser un incordio. Especialmente si tienes que cargar con una gran maleta abarrotada de ropa y con media oficina a cuestas por motivos laborales, como es mi caso. Ya sabéis, los famosos “por si acaso”. Esos “por si acaso” son los que hacen más ingrata la tarea de viajar. Pero, seamos sinceros, ¿cuántas veces hemos ido de viaje y, al llegar a nuestro destino, no nos hemos puesto ni la mitad de la ropa que llevamos, ni hemos utilizado la tercera parte de los libros, utensilios y objetos que transportamos con nosotros con la desesperación del que se va a una isla desierta?

En los próximos 10 días tengo que tomar seis aviones, tres trenes, hacer cuatro transbordos y pasar tres controles de seguridad en tres países distintos. George Clooney nos enseñó en “Up in the air” (Jason Reitman, 2009) cómo recorrer el mundo ligeros de equipaje, no solo en los viajes sino también en la vida. Y la verdad es que así se viaja mucho más cómodo, menos estresado y se disfruta mucho más, no solo de la estancia, sino del trayecto en sí mismo, que también es parte de la gracia.

Una película para aprender a viajar ligeros de equipaje.

Pero para ello tenemos que saber ordenar nuestra maleta (y nuestra vida) y viajar con el kit de supervivencia, es decir, únicamente con lo imprescindible y realmente necesario, solo lo que vamos a utilizar.

En diez días y con tantos transbordos, algunos de ellos casi sin tiempo, resulta obvio que facturar una maleta más grande no va a ser práctico pues, casi seguro que nos la van a extraviar en algún aeropuerto. Por no hablar de la incomodidad de tener que arrastrar por media Europa dos maletones, lo que nos obligaría casi siempre a tener que utilizar taxis, cuando bien podríamos arreglarnos en metro o autobús, sobre todo, en estos tiempos de crisis.

Lo primero, como todo, es visualizar y anotar lo que verdaderamente nos vamos a poner. Para eso hay que tener clara nuestra agenda. En este caso, diez días son demasiados para meter ropa en una maleta con las dimensiones reglamentarias para que la admitan en la cabina de un avión sin facturar, con lo que llevar ropa para mudarse a diario va a resultar imposible. Pero para eso están las lavanderías autoservicio de lavado y secado automático de ropa, ambas operaciones llevan menos de una hora. Me decido, por tanto, a llevar ropa para 5 días y sé que a la mitad de mi viaje tendré que hacer tiempo para una colada. Importante localizar por internet una de esas lavanderías en la ciudad donde vayamos a dormir la sexta noche. En mi caso Roma.

Las lavanderías automáticas ahorran mucho tiempo, dinero y espacio en la maleta.

Es importante disponer de una buena maleta con las medidas reglamentarias —55 x 40 x 29 cm y 10 Kg de peso máximo—. Os recomiendo una trolley de cuatro ruedas, porque así no tenéis que arrastrarla (cargando su peso) sobre dos ruedas, sino simplemente empujarla para que se deslice sola.

Trolley de cuatro ruedas y medidas reglamentarias para viajar en cabina.

Yo siempre comienzo por meter la ropa interior: camisetas, calzoncillos y calcetines (los ejecutivos ocupan menos). Todo bien encartado, por supuesto. Ése es el verdadero secreto de una maleta bien ordenada: encartar bien las prendas.

El secreto es encartar bien la ropa.

Después las camisas. Aquí no queda otra que pasar por la plancha. Ya sé que es una tarea ingrata, pero las camisas bien planchadas y encartadas, ocupan menos espacio.


No queda otra que hacer de tripas corazón y planchar.

Imprescindible llevar unas chanclas de baño (en una funda) para no tener que andar descalzo por esos hoteles europeos donde tanto les gusta enmoquetar los suelos. Unas zapatillas ocupan más, sobre todo si, como yo, calzáis un 46.

Las chanclas evitan los hongos. ¡Imprescindibles!

Guardamos camisas y camisetas en la maleta y ajustamos bien las cintas de sujeción para que ocupen lo menos posible y no se desplanche la ropa. La ropa interior y las chanclas envueltas en su funda pueden meterse en los laterales aprovechando bien los huecos. Aun cabría un jersey o cazadora finos, pero este viaje no llevaré porque parece que la previsión del tiempo es buena. Si llueve al llegar, en los aeropuertos venden paraguas plegables que también cabrían en la maleta.

Hay que aprovechar todos los huecos de la maleta.

Además de los vaqueros que llevo puestos, que bien aguantarán toda la semana, conviene llevar otros pantalones de repuesto. En mi caso, como también llevo puesta americana, meto de repuesto los pantalones del traje correspondiente a esa chaqueta —que me vendrán de perlas además para ir “trajeado” si tengo que acudir a alguna ceremonia o evento importante, como así será esta vez—. Pero, ¡ojo!, no los encartéis, porque quedarán las marcas. Lo mejor para guardar los pantalones de un traje es enrollarlos y dejarlos también en un lateral. Os prometo que al llegar al destino no tendrán ni una sola arruga.

Para evitar arrugas, los pantalones enrollados, no doblados.

En invierno viajo con la misma ropa, solo que, además de la americana puesta, llevo también un abrigo o chubasquero encima, que cuando me quite llevaré colgado del brazo porque obviamente no cabe en la maleta.

Muy importante también el neceser trasparente de aseo personal con frascos que no superen los 100 cc. Procurad recortaros las uñas de manos y pies porque no podéis viajar con tijeras ni cortaúñas. Aunque ya las tengáis cortas, conviene hacerle un repaso. Y, en mi caso, también me afeito la barba para volver a dejármela crecer en los próximos 10 días y no estar pendiente de afeitados y recortes.

El neceser transparente con los líquidos y útiles de aseo.

A continuación, el ordenador protegido en una funda, con su cableado y, si queréis, una tableb.

Y el ordenador portátil, bien protegido en una funda acolchada.

Después guardamos todo en la maleta dejando para el final el ordenador y el neceser, porque os lo van a hacer sacar en el control. Aún queda espacio para un par de libros de bolsillo. Esta vez, en vez de una novela, he preferido viajar con un par de manuales de idiomas para repasar durante los vuelos las lenguas que voy a tener que chapurrear en mis destinos.

Ya está casi todo en la maleta y aún queda espacio.

Todavía tenemos espacio en los bolsillos supletorios. Es el sitio ideal para guardar, ordenados en una funda, todas las tarjetas de embarque impresas, tiritas, tickets, reservas de hoteles, mapas, flyers, tarjetas de visita, discos duros, cables de carga, medicamentos, pañuelos, bolígrafos, etc. Caben, os lo aseguro (no hace falta meter toda la caja de aspirinas o de tarjetas de visita, por ejemplo, solo un poco de cada cosa).

Los bolsillos supletorios para el pequeño material que debe estar más a mano.

Y por fin está hecha la maleta: 9,6 Kg. En los aviones, nos permiten viajar con otro bulto de mano menor (35 x 20 x 20 cm), que normalmente suele ser una bolsa de viaje para el ordenador. Pero como yo ya lo llevo en la maleta, me reservo esa opción por si, de regreso, compro algún souvenir. Lo tendré que llevar, eso sí, en la bolsa de plástico que me den al adquirirlo.

¡Maleta lista y ligera!

Ah, muy importante. ¡El calzado! Aquí nos la jugamos porque, chanclas aparte, solo podemos llevar el puesto, en la maleta no cabe nada más. Elegid entonces unos zapatos cómodos para patear las calles, pero al mismo tiempo que os sirvan para poner con el traje en los actos importantes, una vez repasados en el hotel con una de esas esponjitas limpiadoras que suelen dejar de cortesía a los clientes para dicho menester. Nunca estrenéis calzado para salir de viaje, mejor zapatos muy usados y bien dados de sí —tipo papa Francisco—, aunque resistentes.

Zapatos cómodos y "usados", modelo papa Francisco, buenos para trotar,
ir a un cóctel o dar la bendición Urbi et Orbi.

En este caso me he decidido por unos zapatos negros pero con suela de goma y, por supuesto, sin cordones, porque casi seguro que también os los harán quitar en el control del aeropuerto y es un engorro andar atando y desatando cordones cada dos por tres.

Pues nada. Me esperan esta semana el Festival de Stuttgart en Alemania y, la próxima, el Festival de Roma en Italia. Y, lo que es mejor, invitado. Dentro de diez días estaré de vuelta.

Hasta entonces, sed felices! ;)

viernes, 10 de abril de 2015

INESPERADA (E INOLVIDABLE) CENA EN KIRGUIZSTÁN

Al terminar la primera jornada del Congreso sobre "Envejecimiento con dignidad en el mundo moderno", convocada por HelpAge International en Bishkek, capital de la República de Kirguizstán, los organizadores nos tenían reservada una sorpresa: una cena en un centro etnográfico kirguí, la etnia del país.

Un autobús nos esperaba en la puerta del hotel para llevarnos a las afueras, en concreto al centro etnográfico Suparo donde tratan de recrear cómo era la vida de los nómadas kirguís no hace muchos años.

Mientras nos dirigíamos a las afueras, el sol del atardecer tintaba de rosa
las montañas de nieves perpétuas.

El centro etnográfico y recreativo semeja un campamento nómada kirguí donde cada yurta o tienda nómada es una sala dispuesta para varios comensales que varía de tamaño según el número de invitados.

Una de las tiendas dispuestas como comedor.

También tienen tiendas y cabañas de madera a modo de museo en los que exhiben piezas, herramientas, artesanía, armas, tapices y demás objetos populares kirguís.

Exposición de utensilios kirguís en otra de las yurtas.

Nada más llegar, nos recibió un actor vestido a la usanza de guerrero kirguí. Al verme se acercó y me preguntó de que país era. Le dije que español y él, muy animado, pidió sacarse una foto conmigo porque nunca se había fotografiado con un matador de toros. Yo, entre risas, le dije que no, que no era era torero, que era gallego y que en Galicia, como mucho, lidiábamos con centollas. Pero me contestó que él, sin embargo, sí mataba toros pero no con estoque sino a puñetazos. Me pareció mucho más justo, qué queréis que os diga. Así, en igualdad de condiciones, el toro y el hombre.

Aquí, con el "torero" kirguí.

Nos sacamos la foto y, a continuación, siguiendo la hospitalaria tradición kirguí, los anfitriones de la casa nos ofrecieron una jofaina donde lavarnos las manos antes de entrar en un amplio comedor que era una de las yurtas más grandes.

En el lavamanos ofrecido por los anfitriones.

En el interior nos esperaban varias mesas en donde nos fuimos sentando los invitados. Siguiendo otra tradición kirguí, todas ellas tenían ya todos los alimentos expuestos sobre el mantel, incluido el postre, por lo que, ante mi desconocimiento, acabé mezclando un rico plato de embutido de caballo -sí, probé el caballo- con dulces de miel, para gran consternación de los presentes. Afortunadamente, mi traductora Sofía me iba aleccionando y poco a poco me fui haciendo a las costumbres gastronómicas y culinarias del país.

Interior de la gigantesca yurta, dispuestos para la cena.

Otra de las curiosidades es que no comen con vino, sino con té. Así que, con gran aflicción por mi parte, pedí un té verde para acompañar la cena. Pero mi decepción fue temporal porque, al final de la misma, comenzaron a servir vino, como quien sirve el café (infusión que nadie toma aquí), para poder brindar. También acabaron sirviendo beshbarmak -que significa literalmente "cinco dedos" porque se come con las manos- y que es un plato que solo se sirve a los huéspedes más honorables. Un cocido de trozos de cordero hervido con fideos y espolvoreado con perejil y cilantro que estaba, efectivamente, muy bueno.

Beshbarmak, para chuparse los (cinco) dedos.

Pero lo inesperado vino a los postres. Los organizadores nos habían colocado por equipos en cada mesa. Y comenzaron los juegos. El primero consistió en que cada mesa debía elegir un nombre y un representante para su equipo, cada uno de nosotros tenía que elegir su mejor cualidad -la mía fue, claro, "el hombre tranquilo"-, después teníamos que decidir qué era lo que más nos había gustado de la jornada vivida y por último qué esperábamos del día de mañana. Pasado un tiempo para dilucidar todas estas cuestiones, cada mesa tenía que exponer sus conclusiones públicamente en la voz del jefe de equipo. En mi mesa, formada por siete magníficas mujeres, cada una de una de una etnia distinta, por cierto, yo estaba solo ante el peligro, pero conseguí salir airoso del lance. Tengo que decir que, para mi honra, en varias mesas lo que más había gustado del día era la proyección "Arrugas".

Mi mesa con las integrantes de mi equipo.

Acabado el primer juego, un grupo folclórico del país comenzó a interpretar un precioso canto popular kirguí. Os dejo aquí un extracto del mismo:


Tan bonito fue el número que, al poco, se pasó al segundo juego consistente en que alguien te pasaba una taza de té y entonces tenías que salir al medio de la sala a cantar alguna canción originaria de tu país. Cuando terminabas, pasabas la taza de té a otro que tenía que hacer lo mismo. Si no sabías cantar se te permitía declamar unos versos. Mientras la gente se pasaba la taza y empezaban a oírse canciones armenias, georgianas, rusas, kirguís, azerbajanas, serbias, italianas y hasta irlandesas (una "Molly Mallone" que casi me hizo saltar las lágrimas), yo rezaba sudando para que nadie me pasara la taza mientras mentalmente repasaba "A Rianxeira", "Apaga o candil" y hasta el himno gallego. Finalmente se apiadaron de mí y no tuve que cantar, aunque hube de prometer a mis amigos italianos Raffaele y Chiara que iría a un karaoke (diversión muy popular en este país) y cantar con ellos el "Azzurro".

La cena no tuvo desperdicio, y además literalmente, porque otra de las sanas costumbres del país es repartir bolsas de plástico donde los invitados pueden (y deben) llevarse a su casa los restos de la comida. Una norma que debería expandirse en todo el mundo para no desperdiciar tantos alimentos.

Después de muchas canciones y versos -¡y eso que solo beben té!-, la fiesta llegó a su fin y, acompañado por mi traductora, aún pude visitar el resto del centro etnográfico mientras los árboles plantados al margen de un camino empedrado iluminaban el sendero con unas luces que me recordaban a las que utilizamos nosotros en navidad.

Un toque de distinción.

Y, así, a grandes rasgos, transcurrió la inesperada e inolvidable cena kirguí a la que tuve el honor de ser invitado ayer. Mañana sábado, con el congreso ya terminado, antes de subirme al avión que me llevará de vuelta a casa el domingo, me espera una excursión por las montañas y la visita a un bazar. Ya os contaré.


Ah, y no os olvidéis de ser felices! ;)

miércoles, 8 de abril de 2015

Primeras horas en Kirguizstán.

Pues os decía antes de salir de viaje hacia Kirguizstán que me iba en busca del lugar donde nace el sol. Y se puede decir que casi lo encuentro porque este es el país más oriental que he visitado, es decir, el que está más cerca del huso horario donde nace el día.

Amanecer desde el cielo en el fantástico avión de Turkish Airlines.

Os puedo decir también que, volando con Turkish Airlines en dos aviones que me llevaron de Santiago de Compostela a Estambul (con parada técnica en Bilbao) y otro de Estambul a Bishkek (capital de Kirguizstán), se me han quitado mucho prejuicios. Los aviones turcos -por lo menos los que tomé yo- son de una calidad que ya les gustaría a Iberia, tanto en el trato, como en las comidas, comodidades, espacio -¡espacio, Señor, espacio!- y servicios a bordo. Un lujo. Y os puedo asegurar que, aunque invitado por Help Age International para dar una conferencia y presentar Arrugas, viajaba en turista como cualquier hijo de vecino.

Eso sí, 5 horas a Estambul, 3 horas de espera en tránsito y otras 6 a Bishkek que casi suman un vuelo a California. De momento aún he visto poco del lugar pero puedo describir a Bishkek como una ciudad pequeña (900.000 habitantes), heredera de la fea arquitectura soviética y algo kitsch, pero tal vez su decadencia la hace de alguna manera entrañable y atractiva al visitante. Además, la gente, una rara mezcla de raza asiática, con cultura rusa, costumbres y tradiciones turcas y religión musulmana, es de lo más agradable, amable y hospitalaria. 

Mientras escribo estas líneas a la puesta del sol, escucho el adhan o llamada a la oración del Islam 
desde el minarete de la mezquita que tengo frente a la ventana de mi habitación.
Lo que inspira es una gran paz.

Gracias a dos jóvenes universitarios que el año pasado estuvieron 10 meses en México, he podido disponer de unos excepcionales guías que hablaban castellano (con un divertido acento mexicano) y que esta tarde me han enseñado una pequeña parte de la ciudad.

Selfie con mis jóvenes y amables guías kirguís.

Delante del monumento a Manas, el héroe fundador de la patria de los kirguís, encontré una gran librería donde, por supuesto, pregunté si disponían de una edición de El Principito en lengua kirguí para mi colección. Pero desgraciadamente la habían agotado y solo les quedaba en ruso (que ya tengo). Aún así, no desisto de seguir buscando. También me interesé por el Manas, canto versificado y poema nacional del país. Pero su volumen es tan grueso (como la Ilíada y la Odisea juntos) que me resulta imposible meterlo en la maleta. ¡Ya ni os cuento si la versión es bilingüe kirguí-inglés!

Rindiendo pleitesía a Manas, legendario padre de la patria.

A continuación, mis guías me llevaron a visitar el Museo de la Historia, donde aprendí bastante sobre la cultura y tradiciones de este país formado por tribus nómadas ancestrales.

En el Museo de la Historia, al lado de una yurta o tienda nómada kirguí.

Por ejemplo, kirguí suena en su lengua como "cuarenta" y su nombre deriva de que es un estado formado por cuarenta tribus de etnias asiáticas y túrquicas que se unificaron bajo la misma bandera. Por cierto, bandera totalmente roja -herencia de los Soviets-, con un gran sol dorado en el medio que tiene la forma de una yurta (tienda nómada) vista en planta con cuarenta rayos de sol que representan a esas cuarenta tribus que rodean la casa común del Kirguizstán.

Bandera nacional de la República de Kirguizstán.

También he comprobado que, aunque cada día más alejados de la Madre Rusia, es el lugar con más estatuas de Lenin por metro cuadrado.

El camarada Lenin, hasta en la sopa.

Y no solo el camarada Lenin está presente en todas partes, sino los camaradas Marx y Engels que, por cierto, siempre aparecen juntos en todos los monumentos y pinturas.

Aquí, departiendo con Marx y Engels: "La religión es el opio del pueblo, Fredie". 
"Que ya no, Charlie, que el opio del pueblo es ahora el dinero, que lo sepas".

Aunque la República del Kirguizstán se separó de Rusia en 1991, con la caída de la Unión Soviética, para convertirse en una república independiente, fue en la revolución del 7 de abril de 2010 (justamente ayer se conmemoró el 5º aniversario) cuando llegó al país la democracia parlamentaria en donde quien tiene el poder es precisamente el Parlamento por encima del presidente.

Monumento que conmemora la revolución del 7 de abril de 2010 que dejó 86 muertos 
pero trajo la democracia a Kirguizstán.

En un rato me vienen a buscar de la organización para llevarme a cenar -cordero o caballo son sus platos típicos- y de paso explicarme cómo serán mis intervenciones en el Congreso de mañana y pasado. 

White House, o palacio presidencial.
De un presidente que tiene menos poderes que el Parlamento. ¡Envidia me da!

El sábado, mi día libre, espero disponer de más tiempo para visitar los alrededores, incluso para salir de la ciudad a las montañas cercanas y perderme en este remanso de paz del Asía Central.

Ya os contaré. Hasta entonces, sed felices! ;)