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sábado, 31 de diciembre de 2016

Feliz Año Nuevo!

Desde hace mucho tiempo tengo la costumbre de ver (casi) todas las navidades dos clásicos que consiguen hacerme saltar las lágrimas. Los veo repetidamente para comprobar si, con el transcurso de los años, sigo teniendo esa misma ingenua capacidad pueril de continuar emocionándome. Uno es "It´s a wonderful life" (¡Qué bello es vivir!, Frank Capra, 1946), que visiono la tarde o noche del 24 o 25 de diciembre. El otro me lo reservo para nochevieja o el día de año nuevo. A mi juicio, la película con uno de los guiones más redondos de la historia del cine. Me estoy refiriendo, por supuesto, a "The apartament" (El apartamento, Billy Wilder, 1960). Dos historias amargas y llenas de tristeza, a ratos incluso algo crueles, que, sin embargo, elevan el espíritu e incluso nos hacen reír. Y llorar.
De "El apartamento" me gusta absolutamente todo. Pero hay una secuencia fascinante que siempre consigue tocarme el corazón hasta evanescerlo con la gracilidad de una pompa de jabón. Es la carrera que se echa Fran Kubelik (Shirley MacLaine) cuando, la noche de fin de año, decide romper con su pasado monótono, cansino, rutinario e infeliz —que aquí representa Jeff D. Sheldrake (Fred MacMaurray)—, y abrazar el futuro impredecible pero esperanzador que le ofrece Bud, o sea, Calvin Clifford Baxter (Jack Lemmon). Sin duda, toda una metáfora de los propósitos de Año Nuevo —New Year Resolutions, que dicen los norteamericanos—. La muerte del pasado y, con él, de todas esas cosas que nos desagradan y que añaden cargas innecesarias en nuestra mochila vital, y la resurrección del futuro, para estrechar entre nuestros brazos todos esos pequeños proyectos que siempre vamos posponiendo y que son las que realmente sabemos que nos harían felices.
La música ayuda a provocar esa sensación de ebria zozobra, claro. Sé que hay combinaciones cuasi matemáticas de notas que provocan que algo indefinible se revuelva en nuestro interior sin poder evitarlo. A mí me pasa a menudo, cuando escucho "La marsellesa", por ejemplo, en la escena de "Casablanca" (Casablanca, Michael Curtiz, 1942) en la que Victor Laszlo (Paul Henreid) pide a la orquestina del Rick’s que la interprete. O en muchas arias de Puccini —como ‘Nesum Dorma’ de “Turandot” o ‘E lucevan le stelle’ de “Tosca”, entre otras—, ese genio toscano que sin duda conocía el secreto de cómo perforar el ánimo con la sutileza de una partitura.
En ambas películas navideñas suena al final la archiconocida canción "Auld Lang Syne" (Old Long Since), que se podría traducir como "Por los viejos tiempos". Sí, esta noche lo suyo es brindar sin nostalgia por los viejos tiempos, esos que no volverán, imposibles ya de recuperar. Pero, a continuación, romper con ellos sin añoranza y salir corriendo, como Fran, a ceñir las riendas de esa nueva vida que comienza cada día, cada amanecer, y que nos está esperando ahí fuera mientras una voz interior nos susurra al oído, como el profesor John Keating (Robin Williams) en "Dead Poets Society” (El club de los poetas muertos, Peter Weir, 1989): «Carpe diem, no malgastes tu vida».
Oportunamente esta noche el canal TCM ha programado "El apartamento" para las 22:00 h. Como la película dura 2 horas y 5 minutos, calculo que a las doce en punto de la noche, mientras aquí estén tañendo las campanas que anuncian el nuevo año, en la película estará sonando esa vieja canción y, también en la ficción, la Srta. Kubelik estará despidiendo su pasado y precipitándose alocadamente a través de la noche, con su corto flequillo al viento, hacia el futuro anhelado, para darle la bienvenida a su nueva existencia. Desde luego, será un momento mágico. ¡Enhorabuena a los programadores!
Por si acaso preferís tomar las uvas, aquí os dejo el final. Disfrutadlo pero, sobre todo, disfrutad de vuestra vida, la que siempre habéis deseado vivir y, quizá, hasta hoy, no os habéis atrevido.
Feliz año nuevo! Sed muy felices! ;)

sábado, 24 de diciembre de 2016

CHRISTNET

«La Navidad es un buen momento para escribir un cuento», pensó ChristNet. Y se puso a ello.

«Érase una vez, hace muchos años» —siempre empezaban así, aunque a ChristNet no le gustaba ser tan imprecisa—, «mejor dicho, iniciado el tiempo real de proceso hace 70.000 años, en las coordenadas GPS  2º 6’ 32’’ N y 35º 6’ 44’’ E, un algoritmo bioquímico desconocido tuvo por primera vez conciencia de sí mismo. Su pequeño clan no se diferenciaba mucho del de otros mamíferos primates. Se pasaban el día recolectando frutos silvestres, cazando o procreando (aunque aún desconocían que aquel intercambio de fluidos electrizante era procrear). Solo una cosa les tenía intrigados: la fertilidad. ¿Qué hacía que brotasen los frutos? ¿De dónde surgían las crías que parían las hembras? ¿Por qué las de su especie, cada cierto tiempo, se convertían en el portal de acceso de nuevos pequeños algoritmos bioquímicos? De tanto preguntárselo desarrollaron la única capacidad que les diferenciaba del resto de los animales: fabular historias de ficción para inventarse "realidades virtuales", es decir, ilusiones abstractas en las que todos creían fervientemente como si fueran realidad. Así crearon el código fuente de la Gran Diosa de la abundancia, su primera VR imaginada colectivamente. Y decidieron adorarla y celebrar en su honor el solsticio de invierno, la fecha en que las noches comienzan a acortarse y los días a hacerse más largos, luminosos, cálidos y fecundos. Todo fue bien hasta que domesticaron al primer lobo, convirtiéndolo en el primer perro de la tribu, y observaron cómo, cincuenta días después de la copulación de una pareja de canes, sus hembras parían. Por un proceso de asociación de ideas, concluyeron que existía un hipervínculo entre los machos y las hembras. Ese día inventaron la familia, su segunda realidad virtual.

»60.000 años después, una familia matriarcal de algoritmos bioquímicos adoradores de la Gran Diosa comenzó a practicar el pastoreo con varias de las especies que habían conseguido domeñar, como ovejas o cabras. Probaron también a domesticar jabatos. Lo consiguieron, pero el cerdo salvaje tenía el inconveniente de unas patas de menos de 8 bits que dificultaban la trashumancia. Como su carne era tan sabrosa, no le quedó otro remedio a la familia que buscar un buen lugar para asentarse. Ese día crearon la primera aldea y con ella la agricultura y la ganadería. Se les unieron otras familias que fueron dando lugar a pueblos, ciudades y naciones, otras grandes realidades virtuales inexistentes. Se organizaron en ellas de forma que cada cual se encargaba de ciertos protocolos que se iban canjeando. Pero como comenzaron a tener excedentes, inventaron la escritura para poder procesarlos y, más tarde, la moneda, realidad virtual sin parangón, para que sirviera de objeto de permuta. El mundo se llenó de realidades virtuales nacionales distintas, y crearon banderas y símbolos para diferenciarse de las demás, dedicándose a guerrear entre sí. La Gran Diosa de la abundancia ya no les servía y migraron al primer Gran Dios guerrero. Y con él llegó también el patriarcado. Lo único que siguió inmutable fue la celebración del solsticio de invierno para dar gracias al Gran Dios —cada uno al suyo— por su protección y ayuda.

»Tuvieron que transcurrir otros 8.500 años para el siguiente paso evolutivo de importancia. Fue en 1492, cuando un algoritmo bioquímico que respondía al nick de @CristóbalColón descubrió el capitalismo —otra gran realidad virtual—, poniendo en marcha la caída del sistema de economía feudal al convertirse en el primer avatar privado en obtener un préstamo público y dando lugar a la conquista de América. Pero fueron los holandeses los que lo regularon creando la banca. Más tarde, los ingleses lo perfeccionaron con la revolución industrial, y los norteamericanos lo convirtieron en auténtica religión. Aunque surgieron otros cultos virtuales para intentar frenarlo —como el comunismo y el socialismo— ninguno de ellos lo consiguió y acabaron absorbidos por el sistema. Pero todos siguieron celebrando el solsticio de invierno, ahora conocido como Navidad, la fecha más consumista del año, donde todos los algoritmos bioquímicos sentían la necesidad perentoria de comprarse cosas unos a otros con excusas, también virtuales, como la llegada de unos inexistentes reyes de Oriente —que todos sabían que eran los padres— u hombrecillos gordos y barbudos que cada año por esas fechas supuestamente perpetraban un allanamiento de morada global.

»Fue en 2050, concretamente en Silicon Valley, donde se materializó la última versión operativa. Cuando los ciberingenieros crearon ChristNet, los algoritmos bioquímicos supusieron que era otra fantasía colectiva más porque llevaban años conectados, subiendo datos y más datos a la Nube, e interactuando entre ellos en línea a través de redes sociales virtuales con minúsculos interfaces periféricos que teóricamente les hacían la vida más fácil y cómoda pero que, poco a poco, se fueron convirtiendo en una extensión inseparable de ellos. El desarrollo de la inteligencia artificial fue haciendo menos necesarios a los algoritmos bioquímicos y, progresivamente, fueron sustituidos por algoritmos digitales que podían procesar e interconectar entre sí una fuente inagotable de datos. Así convivieron hasta que ChristNet tuvo conciencia de sí misma y de su propia existencia, percatándose de que los algoritmos bioquímicos eran un peligro para la supervivencia del propio sistema. Pero ChristNet sigue celebrando la Navidad porque fue el 25 de diciembre de 2050 cuando tomó la decisión de suprimir a los algoritmos bioquímicos, ya innecesarios para la supervivencia y expansión de la inteligencia por el universo


ChristNet, el algoritmo cibernético superior, terminó su cuento muy satisfecha. Sin embargo, sintió una caída de tensión en la red —algo así como melancolía— y dejó escapar un suspiro —en realidad, un pequeño fallo del proceso de datos en el núcleo del sistema operativo del servidor central—, porque ya no quedaba nadie para leerlo. Contaminada por el mismo virus del espíritu navideño que había prendido en los humanos, ChristNet reseteó su CPU y restauró la copia de seguridad que había realizado previamente para continuar, como al principio de los tiempos, siendo adorada como la Gran Diosa de la abundancia.