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miércoles, 19 de septiembre de 2012

EN DEFENSA DE APOSTOLOS MANGOURAS



Estimado Sr. Mangouras:

Ahora que, después de 10 años, se va a celebrar el juicio del Prestige, y de que todo el mundo esté tan preocupado por su comparecencia (o no) en el banquillo de los acusados (noticia aquí), déjeme que le cuente una historia.

Mi padre, fallecido ahora hace tres años y medio, fue un lobo de mar con suerte: nunca naufragó, aunque estuvo a punto alguna que otra vez. Cuando se jubiló, después de 40 años de navegación, se retiró cual héroe griego a las Islas Afortunadas para dedicarse al noble placer del "dolce fare niente". Pero, ya ocioso, otro viejo capitán conocido suyo, también retirado como él, le propuso apuntarse en la lista de una compañía pretrolera para realizar de vez en cuando sustituciones cuando los capitanes titulares se fueran de vacaciones. Mi padre, seguramente picado por el gusanillo marino, más que por necesidad de dinero, aceptó y se apuntó en esa lista de trabajo temporal. Pero, al día siguiente de hacerlo, según él mismo me relató, le entró el pánico y fue a borrarse de inmediato, pensando seguramente que para qué iba a tentar a la suerte, no fuera a ser que el naufragio que nunca se produjo le estuviese esperando en alguna de esas sustituciones esporádicas.

Creo que hizo bien. Pero usted no tuvo tanta suerte, Sr. Mangouras. Según salió publicado en su momento en prensa, usted, con 67 años y ya jubilado (entonces en Grecia todavía se podían jubilar a los 65), decidió aceptar una de esas sustituciones en un viejo petrolero que se caía a trozos y no por quitarse el gusanillo de odiseas, sino porque su hija se casaba y quería, con el dinero de la campaña, pagarles a ella y a su yerno una buena boda y montarles un negocio (una lavandería, según creo). ¡Qué mala suerte!

Ahora, que ya ha cumplido los 77 y que no irá a la cárcel por su edad, todo el mundo está muy preocupado por que comparezca en el juicio, pues seguramente le quieren utilizar como chivo expiatorio de la catástrofe, ya que usted se negó a abandonar el barco y a conducirlo mar adentro, como le ordenaron las autoridades marítimas de este país. Pues bien, quiero explicarle que si mi padre hubiese tenido la mala suerte que usted tuvo y hubiese naufragado en las mismas circunstancias que en las que naufragó usted, también él estaría imputado porque jamás abandonaría su barco y porque nunca hubiese obedecido una orden tan absurda como la de alejar de la costa un féretro cargado de 77.000 toneladas de fueloil que, tarde o temprano, acabaría hundiéndose y desparramándolo todo. Y no hay que ser una lumbrera para saber que, cuanto más lejos se hunda, más se abre el abanico del desparrame y más kilómetros de costa contamina con la marea negra.

¿Qué hubiese hecho él? Me lo explicó mil veces (casi tantas como la maniobra que él hubiese realizado en el Titanic para esquivar el iceberg): exactamente lo mismo que se ofreció a hacer el Sr. Sánchez Lebón, precisamente fallecido ayer en A Coruña (noticia aquí). D. Benigno Sánchez Lebón era el práctico del puerto de A Coruña cuando se hundió el Urquiola, allá por el año 76 y, dada su experiencia en catástrofes petroleras (también vivió la del Mar Egeo), nada más tener noticia de la brecha abierta en el fuselaje del barco, llamó con urgencia a la Capitanía Marítima para ofrecerse voluntario a subir al buque herido de muerte y, junto con su capitán, llevar el barco hasta puerto. Sí, la ría de A Coruña hubiese quedado hecha unos zorros de chapapote, pero se hubiese salvado el barco, la mayor parte del crudo y, sobre todo, los otros casi 1.600 kilómetros de costa, evitando así el desastre ecológico más grande de la historia de este país. Sentido común.

Sentido común que le faltó a la autoridad (política, como siempre), quién quiera que fuera, que dio la orden última de alejar el barco de la costa, pensando ¿qué? ¿Que se hundiría muy lejos, con todo el crudo dentro, y no lo soltaría nunca jamás, excepto pequeños hilillos de plastilina...? A esos, Sr. Mangouras, junto con el armador de un barco medio podrido que permitió que se hiciese así a la mar, es a los que habría que sentar en el banquillo y no a usted que, salvando la estupidez de aceptar comandar un barco ruinoso para poder pagarle la boda a su hija, solamente cumplió con su deber.

Le deseo toda la suerte del mundo y que de verdad se haga justicia porque, si es así, usted será absuelto y otros tendrán que pagar los platos rotos.

Un cordial saludo.