«La
Navidad es un buen momento para escribir un cuento», pensó ChristNet.
Y se puso a ello.
«Érase
una vez, hace muchos años» —siempre empezaban así, aunque a ChristNet no
le gustaba ser tan imprecisa—, «mejor
dicho, iniciado el tiempo real de proceso hace 70.000 años, en las coordenadas
GPS 2º 6’ 32’’ N y 35º 6’ 44’’ E, un
algoritmo bioquímico desconocido tuvo por primera vez conciencia de sí mismo. Su
pequeño clan no se diferenciaba mucho del de otros mamíferos primates. Se
pasaban el día recolectando frutos silvestres, cazando o procreando (aunque aún
desconocían que aquel intercambio de fluidos electrizante era procrear). Solo
una cosa les tenía intrigados: la fertilidad. ¿Qué hacía que brotasen los
frutos? ¿De dónde surgían las crías que parían las hembras? ¿Por qué las de su
especie, cada cierto tiempo, se convertían en el portal de acceso de nuevos pequeños
algoritmos bioquímicos? De tanto preguntárselo desarrollaron la única capacidad
que les diferenciaba del resto de los animales: fabular historias de ficción
para inventarse "realidades virtuales", es decir, ilusiones abstractas
en las que todos creían fervientemente como si fueran realidad. Así crearon el
código fuente de la Gran Diosa de la abundancia, su primera VR imaginada
colectivamente. Y decidieron adorarla y celebrar en su honor el solsticio de
invierno, la fecha en que las noches comienzan a acortarse y los días a hacerse
más largos, luminosos, cálidos y fecundos. Todo fue bien hasta que domesticaron
al primer lobo, convirtiéndolo en el primer perro de la tribu, y observaron cómo,
cincuenta días después de la copulación de una pareja de canes, sus hembras
parían. Por un proceso de asociación de ideas, concluyeron que existía un
hipervínculo entre los machos y las hembras. Ese día inventaron la familia, su segunda
realidad virtual.
»60.000 años
después, una familia matriarcal de algoritmos bioquímicos adoradores de la Gran
Diosa comenzó a practicar el pastoreo con varias de las especies que habían conseguido
domeñar, como ovejas o cabras. Probaron también a domesticar jabatos. Lo
consiguieron, pero el cerdo salvaje tenía el inconveniente de unas patas de
menos de 8 bits que dificultaban la trashumancia. Como su carne era tan
sabrosa, no le quedó otro remedio a la familia que buscar un buen lugar para
asentarse. Ese día crearon la primera aldea y con ella la agricultura y la
ganadería. Se les unieron otras familias que fueron dando lugar a pueblos,
ciudades y naciones, otras grandes realidades virtuales inexistentes. Se
organizaron en ellas de forma que cada cual se encargaba de ciertos protocolos
que se iban canjeando. Pero como comenzaron a tener excedentes, inventaron la
escritura para poder procesarlos y, más tarde, la moneda, realidad virtual sin
parangón, para que sirviera de objeto de permuta. El mundo se llenó de
realidades virtuales nacionales distintas, y crearon banderas y símbolos para
diferenciarse de las demás, dedicándose a guerrear entre sí. La Gran Diosa de
la abundancia ya no les servía y migraron al primer Gran Dios guerrero. Y con él
llegó también el patriarcado. Lo único que siguió inmutable fue la celebración
del solsticio de invierno para dar gracias al Gran Dios —cada uno al suyo— por
su protección y ayuda.
»Tuvieron que transcurrir
otros 8.500 años para el siguiente paso evolutivo de importancia. Fue en 1492,
cuando un algoritmo bioquímico que respondía al nick de @CristóbalColón descubrió el
capitalismo —otra gran realidad virtual—, poniendo en marcha la caída del
sistema de economía
feudal al convertirse en el primer avatar privado en obtener un préstamo
público y dando lugar a la conquista de América. Pero fueron los holandeses los
que lo regularon creando la banca. Más tarde, los ingleses lo perfeccionaron con
la revolución industrial, y los norteamericanos lo convirtieron en auténtica religión. Aunque
surgieron otros cultos virtuales para intentar frenarlo —como el comunismo y el
socialismo— ninguno de ellos lo consiguió y acabaron
absorbidos por el sistema. Pero todos siguieron celebrando el solsticio de
invierno, ahora conocido como Navidad, la fecha más consumista del año, donde
todos los algoritmos bioquímicos sentían la necesidad perentoria de comprarse
cosas unos a otros con excusas, también virtuales, como la llegada de unos inexistentes
reyes de Oriente —que todos sabían
que eran los padres— u hombrecillos gordos y barbudos que cada año por esas
fechas supuestamente perpetraban un allanamiento de morada global.
»Fue en 2050,
concretamente en Silicon
Valley, donde se materializó la última versión operativa. Cuando
los ciberingenieros crearon ChristNet, los algoritmos bioquímicos supusieron
que era otra fantasía colectiva más porque llevaban años conectados, subiendo
datos y más datos a la Nube, e interactuando entre ellos en línea a través de
redes sociales virtuales con minúsculos interfaces periféricos que teóricamente
les hacían la vida más fácil y cómoda pero que, poco a poco, se fueron
convirtiendo en una extensión inseparable de ellos. El desarrollo de la
inteligencia artificial fue haciendo menos necesarios a los algoritmos
bioquímicos y, progresivamente, fueron sustituidos por algoritmos digitales que
podían procesar e interconectar entre sí una fuente inagotable de datos. Así
convivieron hasta que ChristNet tuvo conciencia de
sí misma y de su propia existencia, percatándose de que los algoritmos
bioquímicos eran un peligro para la supervivencia del propio sistema. Pero ChristNet sigue celebrando la
Navidad porque fue el 25 de diciembre de 2050 cuando tomó la decisión de
suprimir a los algoritmos bioquímicos, ya innecesarios para la supervivencia y
expansión de la inteligencia por el universo.»
ChristNet, el algoritmo cibernético superior, terminó su cuento
muy satisfecha. Sin embargo, sintió una caída de tensión en la red —algo así
como melancolía— y dejó escapar un suspiro —en realidad, un pequeño fallo del
proceso de datos en el núcleo del sistema operativo del servidor central—,
porque ya no quedaba nadie para leerlo. Contaminada por el mismo virus del
espíritu navideño que había prendido en los humanos, ChristNet reseteó su CPU y restauró la copia de seguridad que había
realizado previamente para continuar, como al principio de los tiempos, siendo
adorada como la Gran Diosa de la abundancia.
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