Scout y Atticus, los protagonistas de la película "Matar a un ruiseñor"
Mañana voy a votar,
claro, como hará la inmensa mayoría de electores del país. Voy a votar por el
partido que, después de haber reflexionado mucho, creo que es el que lo hará
“menos mal” (lógicamente, según mi particular y subjetivo criterio personal). Pero
admito que, tal y como están las cosas, sinceramente me gustaría que todos
perdiesen. Es decir, puestos a soñar, desearía que no ganase nadie o, lo que es
lo mismo, que hubiese un empate técnico entre cuatro o cinco o seis, y que
ninguno alcanzase la mayoría absoluta sin la suma de, al menos, otros tres,
para que ello les obligara a gobernar por amplio consenso de ideologías durante
toda la legislatura. Especialmente en temas como la sanidad, la educación y la
cultura que, por su importancia, no deberían ser privilegio del Ejecutivo sino
del Parlamento, a fin de que sus acuerdos puedan perduran muchos años. Que
gobernasen en materia laboral, social y económica con el menos malo de los
pactos o, lo que es lo mismo, con la mejor de las propuestas de cada partido en
cada área. Y me gustaría que hiciesen también extensivo ese consenso a la
revisión, reforma y modernización de la Constitución, actualizándola a los
nuevos tiempos e inquietudes que corren, para que pueda funcionar sin
demasiados sobresaltos otros cuarenta años más. Tal vez ese empate técnico por arriba
posibilitase que nuestros políticos aprendieran a dialogar de verdad entre
ellos.
Pero para eso hace falta tolerancia, es decir, respetar las ideas y
opiniones del contrario aunque no se compartan. Me gustaría que no ganase ninguno
porque anhelo que España sea un estado plural, con gente de derechas y de
izquierdas, nacionalistas y unionistas, trabajadores, empresarios y autónomos, nacidos aquí e inmigrantes, creyentes
y agnósticos, hombres y mujeres libres e iguales, con los mismos derechos y
obligaciones, que puedan convivir en pacífica armonía. Porque sé que, de lo
contrario, lo que tendríamos sería aquel “pensamiento único” que siempre
intentan imponer por la fuerza los tiranos y fanáticos de ambos extremos que en
el mundo han sido (y siguen siendo en muchos lugares del planeta).
"Matar a un ruiseñor", una preciosa novela de más actualidad que nunca.
Quisiera
recomendarles a los líderes de los partidos políticos (y, humildemente, a todos
sus votantes) que, aprovechado la jornada de reflexión, salgan a comprar la
novela “Matar un ruiseñor”, de Harper Lee —en la que se basó la excelente película
del mismo título de Robert Mulligan—, para usarla como libro de cabecera estas
navidades.
Este relato, mucho más que la película, es un canto a la tolerancia
expresado a través de la inocente mirada de una niña, Scout, con un padre de profundas
convicciones y principios absolutamente sólidos, llamado Atticus Finch, que, a
o largo de la narración, trata de enseñar a sus hijos, Scout y Jem, que todas
las personas son iguales y merecen idéntico respeto, sea cual fuere su raza,
sexo, confesión, filiación política e ideológica y posición social o
económica. Y, para hacérselo comprender,
les aconseja que, antes de rebatir o desechar las ideas del contrario, por muy
absurdas que les parezcan, intenten siempre conocer la realidad del otro y
ponerse en su lugar para comprender sus razones —algo que a mí se me olvida muy
a menudo—, aunque ese otro sea el adversario que está intentando aniquilarte: «Nunca
conoces realmente a una persona hasta que no has llevado sus zapatos y has
caminado con ellos», dice Atticus.
Tal vez tengamos que volver a ser niños para poder comprender qué significa tolerancia.
Es cierto, ya lo sé, que también cabe la posibilidad de que
nuestros dirigentes sean incapaces de estar a la altura y ponerse de acuerdo en
nada, provocando más crisis, más crispación y más rencor. Entonces habrán
matado al ruiseñor. Nuestra obligación es acudir mañana en riada a los colegios
electorales, llenar las urnas hasta que desborden las papeletas, intentar
superar aquel récord del 80 % de participación de las primeras elecciones libres
del 77. Demostrarles en definitiva a los políticos que nosotros sí hemos estado
a la altura y que nadie puede acabar con la democracia, que nadie puede matar a
un ruiseñor. Solo así, aunque no gane nadie, habremos ganado todos. Sed
felices! ;)
Qué bueno!!
ResponderEliminarGracias!
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