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viernes, 17 de octubre de 2014

¿DÓNDE COLOCAR MI LÍNEA DEL HORIZONTE?


Con mi anfitriona, Amaia, que me presentó ante el auditorio.

Escribo esta entrada en algún punto entre Burgos y León, casi a mitad de camino del trayecto que, en tren, me lleva hasta A Coruña desde San Sebastián, ciudad en la que ayer he impartido una charla sobre creación y generación de ideas —“Sin miedo a la página en blanco”— invitado por la empresa Move Branding, a iniciativa de mi amiga Amaia, que además ha sido mi genial anfitriona estos dos últimos días.

Como en el tren todavía no hay wifi, subiré el post por la noche, cuando llegue a casa después de casi doce horas de viaje en el que aprovecharé para escribir todo lo que pueda.

¡Muchas gracias, Amaia y David! Y muchas gracias a Marisol y a toda la gente de Move por darme esta oportunidad de viajar una vez más a Donostia y sobre todo por haber podido compartir un par de horas de vuestro tiempo relatándoos mi humilde experiencia.

Digo humilde y digo bien, porque en realidad perder el miedo a la página en blanco es bien sencillo: basta con ponerse a redactar en una que ya esté escrita. Esta perogrullada, que suena a chiste fácil, es sin embargo una argucia ideal para hacer que el cerebro se reactive y comience a funcionar. Y ello es así, porque cualquier excusa es buena para iniciar ese proceso creador o, como yo siempre digo, el proceso recreador. No somos creadores porque crear es sacar de la nada y ésa es una capacidad irrealizable para los humanos. Somos solo (y nada menos que) recreadores que con trozos de realidad vividos tratamos de forjar soñadas ficciones.

El público buscando historias en el periódico del día.

Entre los trucos para vencer la pereza inicial, buscar la inspiración y atraer a las musas hay varias propuestas posibles que nos ayudarán en nuestra tarea: rebuscar en nuestra memoria (rememorar) y en nuestro corazón (recordar), leer a los clásicos (y todo lo demás que caiga en nuestras manos), tener inquietud artística y cultural, estar informados, escuchar y observar todo aquello que pase a nuestro alrededor e incluso elegir palabras al azar para, componiendo con ellas una frase casual cualquiera, arrancar la narración. Algo parecido a aquel juego del “cadáver exquisito” con el que se divertían los surrealistas franceses en los felices veinte del siglo pasado. Todo vale si es para incentivar la creatividad. Ya lo dijo Picasso: "La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando". En definitiva, se trata de vivir, sobre todo vivir, pero almacenando experiencias y conocimientos que luego utilizaremos como materia prima de nuestra fantasía.

En realidad soy de la opinión de que todas las historias están ya escritas. Ya, en el siglo primero, Ovidio recopiló en “Las metamorfosis” casi todos los argumentos de los que es posible hablar y escribir. Lope, Cervantes, Calderón y Shakespeare bebieron de él, y nosotros nos emborrachamos de Shakespeare continuamente. Una y otra vez, nos vamos fusilando unos a otros desde entonces.

En un momento de la charla, con el ejemplo de "Arrugas".

La diferencia y originalidad consiste en imprimir nuestra particular visión sobre ellos. Es decir, escribir desde nuestro punto de vista, con nuestra mirada única y exclusiva. Eso es lo que hará también exclusivas y únicas nuestras historias. Por eso Shakespeare es único e inimitable, no por sus argumentos, sino por su mirada, por su forma de contarlos.

Cuenta Steven Spielberg que, cuando era solo un chico de los recados en una major americana, en cierta ocasión tuvo que llevar un paquete a John Ford. Aprovechando la visita, le confesó nervioso su admiración y su deseo de ser director y le pidió que le diera algún consejo. Ford le señaló una foto enmarcada que tenía en la pared y le preguntó: “¿Qué ves ahí?” El joven Spielberg respondió: “Una imagen del Monument Valley”. “¿Y dónde está la línea del horizonte?”, continuó Ford. “Un poco más baja de lo que sería normal”, respondió el ilustre meritorio. “Pues cuando sepas dónde colocar tu línea del horizonte” —sentenció el irlandés— “habrás dado el primer paso para ser director”.

Ése debería ser nuestro objetivo: encontrar nuestra mirada propia sobre lo que escribimos. Por eso siempre finalizo mis charlas y talleres con aquel poema de Walt Whitman  que recitaba el inolvidable profesor John Kitting —por boca de Robin Williams— a sus alumnos en “El club de los poetas muertos” de Peter Weir:

Oh, Capitán! Mi capitán!

¡Oh, capitán! ¡Mi capitán! Levántate y escucha las campanas;
levántate, izan la bandera por ti, por ti suenan las cornetas;
por ti ramos y cintas de coronas, se amontonan por ti en las riberas.

¡Levántate! ¡Levantaos todos!

Y todos se levantaron, poniéndose en pie sobre sus sillas. Y desde allí, medio metro más arriba de lo que era normal, encontraron su particular línea del horizonte, su nueva perspectiva, su mirada propia.

Recordad siempre que todas las historias están ya escritas… Todas ¡excepto la tuya!

Sed felices! ;)

Todos en pie sobre sus sillas, buscando un nuevo punto de vista del horizonte.

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