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Sexto peldaño: EL TRATAMIENTO.
¿Qué es el tratamiento? Pues ni más ni menos que la
escaleta desarrollada, es decir, ampliando el resumen de cada ficha de la
escaleta y narrando toda la acción dramatizada de la secuencia, sin diálogos —aunque
sí se puede y se deben contar muchos de los temas sobre los que hablarán los
personajes en el guion en estilo indirecto—. Un tratamiento normal para guion
de largometraje suele tener entre 30 y 50 páginas, es decir, aproximadamente entre
un tercio y la mitad de la futura extensión final del guion, dependiendo de lo
descriptivos que seamos con las acotaciones de acción.
Para dichas descripciones utilizaremos ya el estilo final
del guion, que tiene ciertas peculiaridades, es decir, una gramática y sintaxis
propias que lo diferencian de otros géneros literarios, a saber:
1. Siempre se escribe en tiempo presente. El cine se
desarrolla en un eterno presente continuo, incluso los flashbacks (secuencias retrospectivas o pasadas) y los flashforwards (secuencias prospectivas o
futuras), cuando aparecen en pantalla, son el presente.
2. Solo se escriben acotaciones de acción y diálogos, lo
que los personajes hacen y dicen (y algunas veces cómo lo hacen o dicen).
3. Deben evitarse las descripciones de personajes y
decorados que no sean estrictamente necesarias para la evolución o comprensión
de la historia.
4. Se escribirá preferiblemente en “estilo indirecto”,
siempre en tercera persona, evitando la primera. Es decir, mejor “se ve”, “se
oye”, etc., que “vemos”, “oímos” o similar. “Nosotros” no existe en la
narración.
5. NUNCA se escribirán acotaciones técnicas (movimientos
de cámara, encuadres, angulación, tipos de plano, objetivos, etc.). Eso es
privilegio del director.
6. NUNCA se describen pensamientos ni sentimientos.
Como regla general siempre les digo a mis alumnos que
tengan presente la siguiente máxima:
EL ESPECTADOR JAMÁS LEERÁ NUESTRO GUION
Y esto es así porque, a diferencia de la literatura que
se escribe para ser leída por un lector final, el guion no. El cine se ve, la
literatura se lee. El guion, por lo tanto, es solo una herramienta, un tránsito
hacia la película que es lo que verá el espectador al final del proceso. Es
decir, el público irá a ver la película pero, salvo en muy contadas ocasiones,
nunca leerá el guión. Por lo tanto, no podemos escribir nada más que lo que
queremos que se vea o se oiga en la pantalla. Aun así, como decía John Huston, «un buen guion no tiene porque ser aburrido».
Os pongo un ejemplo. Imaginaos que estáis adaptando el
siguiente texto literario:
«Me llamo Antonio y
soy alcohólico. Ayer bebí. Caminaba por una solitaria avenida cuando, aunque ya
era muy tarde, descubrí un bar abierto. Entré en el bar y pedí una copa. El
camarero me la sirvió en silencio. La apuré deprisa y pedí otra más».
Prácticamente, tan solo tendríamos que adaptar, por un
lado, el tiempo verbal expresado aquí en pasado y trasladarlo al presente y,
por otro, cambiar la narración de la primera a la tercera persona. Además,
hemos de secuenciar la acción dividiéndola en el número de localizaciones que
nos sugiere, o sea, una avenida y un bar, y la hora del día en la que
transcurre. Como dice que era tarde y solo había un bar abierto, suponemos que
es de noche.
Pero el texto plantea un problema adicional: «Me llamo Antonio y soy alcohólico». Sí,
¿cómo podemos informar al público de esta adicción de Antonio? Esta bien claro
que no nos serviría con escribir en nuestro guion que el personaje padece
alcoholismo por la sencilla razón de que, como dijimos antes, ningún espectador
va a leer nuestro guion. Luego no nos queda más remedio que pensar en algún
otro recurso (dialogado o visual) que informe o haga adivinar al espectador que
Antonio está alcoholizado.
Lo más fácil sería añadir una voz en off —la del propio
protagonista— que informase sobre su condición: “Me llamo Antonio y soy alcohólico”. O también podríamos agregar una
línea de diálogo pronunciada, por ejemplo, por el camarero que le atiende, para
que, nada más verlo entrar, diga algo así como “¡Ya está aquí otra vez ese alcohólico!”. Pero el recurso, de tan
obvio, es bastante pobre. Hagamos un esfuerzo y obliguémonos a contarlo sin
utilizar diálogos (que es precisamente la tarea que emprendemos en esta fase de
tratamiento). Tal vez podríamos describir que Antonio tiene mal aspecto, se tambalea
al andar, entra en el bar dando tumbos y se le traba la lengua al pedir la copa.
Así el espectador podrá presumir que está borracho. Sin embargo, estar borracho
y ser alcohólico no son lo mismo —todos hemos pillado alguna vez alguna curda y
no por eso somos alcohólicos—. Afinemos un poco más. A poco que busquemos en
internet o en algún libro especializado los efectos que produce el alcoholismo
descubriremos que, una de las reacciones a su síndrome de abstinencia es el
temblor, especialmente en las manos. Ese es un buen recurso. A partir de aquí,
adaptemos el texto a nuestro tratamiento:
EXT. AVENIDA. NOCHE.
ANTONIO (38 años) camina por una solitaria
avenida. Al llegar a la esquina, se detienen frente al único bar abierto de la
calle. Entra en su interior.
INT. BAR. NOCHE.
ANTONIO se acerca a la barra y, sin saludar,
pide una copa de ginebra. El CAMARERO (50 años) se la sirve en silencio.
Antonio alza la copa para llevársela a la
boca pero su mano tiembla violentamente y derrama la mitad del líquido. Después
de apurar el resto de un trago, pide otra copa más.
Sin duda, el detalle añadido del temblor de su mano
suplirá con creces a la información omitida que en el texto literario nos comunicaba
su adicción al alcohol. Es cierto que siempre habrá quien diga que Antonio
podría padecer párkinson u otra enfermedad neurológica de similares efectos.
Con todo, estoy seguro de que en el contexto en que se desarrolla la acción el
99 % del público sospechará que nuestro personaje tiene problemas con el
alcohol.
Fijaos que en nuestra adaptación he escrito el nombre de
los personajes en mayúsculas la primera vez que aparecen. La razón es solamente
práctica: para que sean más fáciles de localizar en los futuros desgloses de
producción. También, como única descripción, he indicado sus años, de forma que
puedan elegir actores en una horquilla de edades próximas a las de nuestros
personajes. No hace falta ninguna descripción más a no ser que esta sea necesaria
e imprescindible para comprender futuras acciones o comportamientos de los
mismos en la historia, como que Antonio es manco, cojo o le falte un ojo, por
ejemplo.
El tratamiento, y posteriormente el futuro guion, han de
ser lo más directos y visuales posible, debiendo explotar al máximo los
recursos cinematográficos que los diferencian de la literatura, esto es: la
imagen en movimiento y el sonido.
Por ejemplo, en la adaptación de la novela gráfica de “Arrugas”, su autor, Paco Roca, había descrito que el protagonista, Emilio, un anciano
que se había trasladado a vivir a un centro geriátrico, descubría que la planta
superior era el piso de los asistidos, es decir, el lugar donde eran recluidos los enfermos que
no podían valerse por sí mismos. Ante el avance de su enfermedad
neurodegenerativa, cada vez que Emilio se detenía frente a la escalera que
llevaba a la primera planta, el lector sentía el pánico que se apoderaba del
anciano ante la perspectiva de que algún día terminaría allí arriba. En el cómic,
Paco dibujó viñetas en las que la escalera, como representación del terror que
sentía Emilio, adquiría todo el protagonismo, bien en planos detalle que de
alguna forma la antropomorfizaban o con planos contrapicados y picados que
magnificaban su presencia y empequeñecían al personaje. Realmente, aquella representación
era ya muy cinematográfica, de hecho, la presencia de las escaleras en el cine
siempre ha dado mucho juego alegórico. Aún recuerdo aquella maravillosa escena
de “The Artist” (Michel Hazanavicius, 2011) en la que
George Valentin (Jean Dujardin) baja
deprimido la gran escalera del estudio, después de haber sido despedido de
este, y se cruza con Peppy Miller (Bérénice
Bejo) que sube alegremente sus peldaños recién contratada y en pleno ascenso
de su carrera profesional.
Pero volvamos a “Arrugas”.
La metáfora de la escalera funcionaba gráficamente. Sin embargo, en el guion
podíamos aprovechar los recursos de movimiento, iluminación y sonido que nos
daba el cine de forma que, aunque la escalera seguía estando presente, se
trasladó esa encarnación del miedo de Emilio al ascensor. ¿Por qué? Porque el
ascensor tiene movimiento (sube y baja), luz (los botones y flechas que se
iluminan al ascender y descender) y sonido (el retintín del campanilleo que
suena cada vez que llega a un piso y el silbido sordo que producen sus puertas
al abrirse). De esta forma, el miedo de Emilio estaba mucho más presente y era
acusado en más ocasiones por parte del público.
Para finalizar, os dejo aquí el tratamiento desarrollado
de las tres secuencias escaletadas en el apartado anterior pertenecientes a mi
guion “Los muertos van deprisa”:
EXT. CEMENTERIO - DÍA
El tráiler de IRENE cruza por delante de la puerta
del cementerio.
EXT./INT. TRÁILER IRENE/PLAZA/PUENTE - DÍA
A la salida de una curva, IRENE baja la velocidad y
entra en un angosto puente por delante de un viejo cruceiro de piedra que a
punto está de rozar. Sorteado el obstáculo, acelera de nuevo pero enseguida
frena y observa boquiabierta mirando al frente.
En el exterior, se yergue prominente una estatua
algo surrealista en mitad de una placita.
Irene intenta dar marcha atrás.
El tráiler se detiene contra el cruceiro, abocado en
el otro extremo del puente, que le impide maniobrar.
Dentro, la chica suspira desolada y mira de reojo la
foto de un chico de calendario.
Vuelve a avanzar y detiene el camión en mitad del
puente sin posibilidad de avanzar ni dar marcha atrás. Apaga el contacto y se apea
del vehículo.
A lo lejos, se escucha el sonido de un acordeón. La
melodía proviene de una callejuela que desemboca en la plaza desde el lado
contrario al puente.
Irene se gira hacia la calle. El acordeón se oye
cada vez más cerca. Irene aguarda expectante.
Por la callejuela que da a la plaza, aparece un
SACRISTÁN y dos niños MONAGUILLOS portando sacros estandartes. A continuación,
cuatro rudos MARINEROS con un féretro a hombros. Detrás, DON DANIEL, el cura,
acompañado de otros dos SACERDOTES, engalanados para la ocasión, seguidos de
RAMÓN y su acordeón, FILOMENO, CARMIÑA, CÉSAR, MARUXA y todo el cortejo fúnebre
entre los que están varias PLAÑIDERAS, el médico DON MATÍAS, FERMÍN, SOFÍA y
NEREA.
Irene arquea las cejas en un gesto de pasmo.
Ramón deja de tocar y el acordeón emite un último
bufido fofo. El cortejo se detiene y la comitiva se abre para ocupar buena
parte de la plaza. Todos se quedan paralizados en absoluto silencio. Nadie se
mueve.
Irene enfrentada a todo el pueblo. De súbito, Filomeno
avanza sin quitarle ojo al tráiler y le pregunta airado qué hace allí ese
camión.
Irene, algo nerviosa, intenta explicarse y
excusarse.
Filomeno no atiende a razones y le exige que saque
de allí el camión porque está entorpeciendo un oficio religioso.
Irene abochornada le aclara que no puede porque se
ha quedado atascada.
La comitiva fúnebre se convierte en una fiesta donde
todo el mundo trata de dar su opinión. La algarabía se hace ensordecedora.
Don Matías confirma la situación y Ramón trata de encontrar
soluciones, cada cual más extravagante.
Don Daniel propone dar la vuelta y rodear la ría,
pero Filomeno, exasperado, se niega alegando que su difunto padre hará su
último viaje entrando en el cementerio a través del puente y con los pies por
delante.
Irene se deshace en excusas.
Don Daniel plantea entonces llevar al muerto de
vuelta a su casa y continuar velándolo hasta que se solucione la obstrucción
que les impide honrarle con unas exequias dignas.
Fermín se aleja de la comitiva diciendo que va a
abrir el salón de plenos para reunir al gabinete de crisis.
El cortejo comienza a girar como si diera la vuelta
al ruedo con el féretro a hombros.
EXT. PLAZA TABERNA - DÍA
En la plaza, frente a la marquesina de una parada de
autobús, un rótulo que reza “Blanca Mañana” preside la entrada de la taberna en
cuya puerta hay una campana de barco.
FERMIN se acerca y la hace sonar con brío convocando
a gritos una reunión de las fuerzas vivas del pueblo.
Como podréis comprobar, la primera y última secuencias,
muy breves, han sufrido pocas modificaciones con respecto a la escaleta
original por no precisarlas, al ser secuencias muy cortas. Sin embargo, la
segunda secuencia, muy larga y coral, está ya desarrollada con todo lujo de
detalles, prácticamente igual que quedará en el guion con la salvedad de que no
tiene diálogos, solo intenciones de conversaciones.
No obstante, la escaleta reflejaba perfectamente en tres
líneas de síntesis la acción que más tarde debía ampliar en el tratamiento:
El tráiler de IRENE se queda atascado en el puente. Aparece el cortejo fúnebre con el féretro de Cándido. El sepelio no puede continuar y se monta el lío padre.
Propuesta de ejercicios:
A partir de la escaleta desarrollada en el ejercicio precedente, comenzad a redactar el tratamiento correspondiente.
Como la escritura del tratamiento aún os llevará un tiempo, en las próximas semanas, mientras trabajáis en ello, seguiremos subiendo peldaños en paralelo. En concreto, dentro de 7 días, el séptimo peldaño: cómo trabajar y desarrollar nuestro personajes.
Nos vemos en una semana. ¡Sed felices!
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