Estimado D. Manuel:
Recuerdo perfectamente el día que le conocí, fue el 27 de julio de 2001, en el Palacio de la Ópera de A Coruña donde estrenábamos la película de animación El Bosque Animado. La fama de su supuesto desabrido carácter le precedía y, he de decir, que su figura me infundían un gran respeto, por no decir miedo. Al darle la mano, antes de la foto que delante del photocall nos hicimos con el equipo de dirección de la película, me presentaron como codirector y guionista de la misma. “Guionista , ¿eh?”, me espetó, “¡A ver cómo ha tratado a la novela! A mí me gustaba especialmente el personaje del poste”. He de reconocer que me eché a temblar porque, quienes habían visto alguno de los diseños de los personajes del largometraje, habían coincidido que el personaje del poste, mal encarado y engreído, se parecía físicamente a usted. Nada más lejos de nuestra intención ya que, Alberto Taracido, diseñador de los personajes, si se inspiró en alguien debió ser en Camilo José Cela. Pero, teniendo en cuenta además que al final de la película lo talaban y caía derrumbado y podrido, pensé que podría sentirse identificado y montar la de Dios es Cristo. Juro, por mi conciencia y honor, que la veleta que aparecía en la última secuencia orientada hacia la derecha y que terminaba por girarse de un golpe de aire hacia la izquierda, tampoco era intencionada metáfora sino producto de la búsqueda del mejor encuadre posible.
Después de los discursos iniciales en los que usted no se cortó un pelo en abroncar al productor por su locuacidad –“Querido amigo, espero que haga mejor las películas que los discursos”, le reprendió delante de dos mil invitados-, comenzó la proyección. El caso es que vino a sentarse en la fila siguiente a la mía, justo un asiento a la derecha delante del que yo ocupaba. Desde allí yo tenía una visión privilegiada de su rostro y podía controlar sus expresiones, cosa que hice a lo largo de toda la película para ver sus reacciones. Durante un largo rato, ni se inmutó. Hasta que, mediada la cinta, cuando el topo Furacroyos conocía al ratón Piorno, al oír hablar a este con acento cubano asegurando que era hijo de ratones gallegos emigrados a Cuba, nacido en la biblioteca del Centro Gallego de La Habana, usted soltó una sonora carcajada que se oyó en todo el recinto. No sé si aquella secuencia le había traído recuerdos de su infancia, pues también usted había sido hijo de emigrados a Cuba, o por la sorpresa de esa ocurrencia, que era cosecha original y no estaba en la novela de Wenceslao Fernández Flórez. El caso es que, a partir de ese momento, me relajé y dejé de observarle para seguir disfrutando de la película.
Al año siguiente ganamos el Goya a la Mejor Película de Animación y, en un breve acto en su despacho de San Caetano, hicimos entrega testimonial a la Xunta de Galicia, por su apoyo, de la estatuilla. Fue la segunda vez que le vi. Unos meses más tarde, como vicepresidente de la Junta Directiva constituyente de la Academia Galega do Audiovisual, que presidía Ernesto Chao, le volví a ver en persona, también en San Caetano, por tercera y última vez.
De aquel período de más de cinco lustros de gobierno, sin ninguna duda con muchas luces y sombras, el audiovisual gallego tuvo el mayor de los impulsos hasta esa fecha, porque sé positivamente que usted comprendió y valoró como nadie la importancia de impulsar un sector audiovisual propio. Fue usted quien llamó al orden a sus conselleiros, que por aquellas fechas nos tomaban por el pito del sereno, para que hicieran caso de nuestras reivindicaciones. Y fue en su etapa cuando se definió al sector audiovisual como sector estratégico, lo que permitió una posterior y fluida relación de los productores con el IGAPE, fue en ese momento cuando se aprobó por unanimidad parlamentaria la Ley del Audiovisual, o cuando la CRTVG se convirtió en el auténtico motor del audiovisual, y también cuando se creó el Consorcio Audiovisual de Galicia, llamado a ser el organismo único y exclusivo del audiovisual, a modelo del ICAA que funciona en España, que por desgracia e intereses políticos de sus sucesores, nunca llegó a entrar en funcionamiento y que -¡ojalá alguien lea esto!- todavía están a tiempo de recuperar.
Sí, también fue usted ministro de Franco, pero el mismo dictador le hizo dar un paso atrás mandándolo “castigado” de embajador a Londres, cuanto más lejos mejor, para apartarlo de la política nacional. Algo bueno debió hacer cuando no le querían cerca. Se le imputan cosas muy negativas, como no podía ser menos en una personalidad tan polémica como la suya, pero hoy no vienen a cuento. Hoy simplemente, gracias por su trabajo y por aquella única carcajada que le oí en toda mi vida. Después de todo, no era tan fiero el león (de Vilalba) como lo pintan. Descanse en paz.
Vaya. Bonito, Ángel.
ResponderEliminarAquí vengo de visita, después de conocer tu blog via Twitter. Interesante y bien contada (claro ;)) la historia de Fraga. Ciertamente el poste recuerda mucho a él, no me había dado cuenta, pero ahora que lo dices... Comprendo tu inquietud. De acuerdo o no con su ideología, inútil negar que era un líder carismático, de los que tanta falta hacen en el panorama actual. Un gigante político, te pongas como te pongas.
ResponderEliminarMe ha hecho muchísima gracia esta frase: "... al ratón Piorno, al oír hablar a este con acento cubano asegurando que era hijo de ratones gallegos emigrados a Cuba, nacido en la biblioteca del Centro Gallego de La Habana, usted soltó una sonora carcajada que se oyó en todo el recinto..."
No me extraña que le diera la risa a D. Manuel. Lo del ratón cubano que nace en una biblioteca pero, claro, del Centro Gallego de la Habana, como buen hijo de inmigrantes... Es que es tan ingenioso... Es una proyección del mundo de los humanos en el mundo animal. Bravo.
Y, una vez más, mil enhorabuenas por la maravillosa Arrugas.
Te sigo también aquí en el blog.