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lunes, 16 de enero de 2012

El día que Fraga rió

Estimado D. Manuel:

Recuerdo perfectamente el día que le conocí, fue el 27 de julio de 2001, en el Palacio de la Ópera de A Coruña donde estrenábamos la película de animación El Bosque Animado. La fama de su supuesto desabrido carácter le precedía y, he de decir, que su figura me infundían un gran respeto, por no decir miedo. Al darle la mano, antes de la foto que delante del photocall nos hicimos con el equipo de dirección de la película, me presentaron como codirector y guionista de la misma. “Guionista , ¿eh?”, me espetó, “¡A ver cómo ha tratado a la novela! A mí me gustaba especialmente el personaje del poste”. He de reconocer que me eché a temblar porque, quienes habían visto alguno de los diseños de los personajes del largometraje, habían coincidido que el personaje del poste, mal encarado y engreído, se parecía físicamente a usted. Nada más lejos de nuestra intención ya que, Alberto Taracido, diseñador de los personajes, si se inspiró en alguien debió ser en Camilo José Cela. Pero, teniendo en cuenta además que al final de la película lo talaban y caía derrumbado y podrido, pensé que podría sentirse identificado y montar la de Dios es Cristo. Juro, por mi conciencia y honor, que la veleta que aparecía en la última secuencia orientada hacia la derecha y que terminaba por girarse de un golpe de aire hacia la izquierda, tampoco era intencionada metáfora sino producto de la búsqueda del mejor encuadre posible.


Después de los discursos iniciales en los que usted no se cortó un pelo en abroncar al productor por su locuacidad –“Querido amigo, espero que haga mejor las películas que los discursos”, le reprendió delante de dos mil invitados-, comenzó la proyección. El caso es que vino a sentarse en la fila siguiente a la mía, justo un asiento a la derecha delante del que yo ocupaba. Desde allí yo tenía una visión privilegiada de su rostro y podía controlar sus expresiones, cosa que hice a lo largo de toda la película para ver sus reacciones. Durante un largo rato, ni se inmutó. Hasta que, mediada la cinta, cuando el topo Furacroyos conocía al ratón Piorno, al oír hablar a este con acento cubano asegurando que era hijo de ratones gallegos emigrados a Cuba, nacido en la biblioteca del Centro Gallego de La Habana, usted soltó una sonora carcajada que se oyó en todo el recinto. No sé si aquella secuencia le había traído recuerdos de su infancia, pues también usted había sido hijo de emigrados a Cuba, o por la sorpresa de esa ocurrencia, que era cosecha original y no estaba en la novela de Wenceslao Fernández Flórez. El caso es que, a partir de ese momento, me relajé y dejé de observarle para seguir disfrutando de la película.

Al año siguiente ganamos el Goya a la Mejor Película de Animación y, en un breve acto en su despacho de San Caetano, hicimos entrega testimonial a la Xunta de Galicia, por su apoyo, de la estatuilla. Fue la segunda vez que le vi. Unos meses más tarde, como vicepresidente de la Junta Directiva constituyente de la Academia Galega do Audiovisual, que presidía Ernesto Chao, le volví a ver en persona, también en San Caetano, por tercera y última vez.

De aquel período de más de cinco lustros de gobierno, sin ninguna duda con muchas luces y sombras, el audiovisual gallego tuvo el mayor de los impulsos hasta esa fecha, porque sé positivamente que usted comprendió y valoró como nadie la importancia de impulsar un sector audiovisual propio. Fue usted quien llamó al orden a sus conselleiros, que por aquellas fechas nos tomaban por el pito del sereno, para que hicieran caso de nuestras reivindicaciones. Y fue en su etapa cuando se definió al sector audiovisual como sector estratégico, lo que permitió una posterior y fluida relación de los productores con el IGAPE, fue en ese momento cuando se aprobó por unanimidad parlamentaria la Ley del Audiovisual, o cuando la CRTVG se convirtió en el auténtico motor del audiovisual, y también cuando se creó el Consorcio Audiovisual de Galicia, llamado a ser el organismo único y exclusivo del audiovisual, a modelo del ICAA que funciona en España, que por desgracia e intereses políticos de sus sucesores, nunca llegó a entrar en funcionamiento y que -¡ojalá alguien lea esto!- todavía están a tiempo de recuperar.

Sí, también fue usted ministro de Franco, pero el mismo dictador le hizo dar un paso atrás mandándolo “castigado” de embajador a Londres, cuanto más lejos mejor, para apartarlo de la política nacional. Algo bueno debió hacer cuando no le querían cerca. Se le imputan cosas muy negativas, como no podía ser menos en una personalidad tan polémica como la suya, pero hoy no vienen a cuento. Hoy simplemente, gracias por su trabajo y por aquella única carcajada que le oí en toda mi vida. Después de todo, no era tan fiero el león (de Vilalba) como lo pintan. Descanse en paz.

martes, 10 de enero de 2012

Gracias

Es el momento de dar las gracias. Como muchos de vosotros sabéis, ARRUGAS ha sido nominada a los premios Goya 2011 en las categorías de Mejor Película de Animación y Mejor Guión Adaptado. Ambas me incumben en tanto que coguionista y productor ejecutivo de la misma.

Hoy no estaría doblemente nominado sin la colaboración de mucha gente. Antes que nadie, quiero dar las gracias a Manuel Cristóbal que, como productor (y amigo), confió en mí y me permitió participar en esta maravillosa producción. Después agradecer a mis compañeros de nominación Paco Roca, por su maravillosa historia, e Ignacio Ferreras, director, y Rossana Cecchinni, por su encomiable trabajo. Y a todo el equipo técnico y artístico. Ha sido un privilegio formar parte del mismo.

Por supuesto a las productoras Perro Verde Films y Cromosoma, y a todos sus socios financieros, muy especialmente a TVG, a TVE, la Xunta, ICAA-ICO, R, Audiovisual SGR y, en definitiva, a todos los que han hecho posible su rodaje.

Gracias a todos los miembros de la Academia que nos habéis votado. Quisiera compartir también esta nominación con el documental "Tralas luces" de Sandra Sánchez y "Crebinsky" de Enrique Otero.

Y, como estoy convencido de que todos somos la suma de nuestros actos y de nuestras circunstancias, quiero también agradeceros vuestra aportación a todos los que habéis hecho posible a lo largo de mi vida que haya podido llegar hasta aquí y hasta donde me dejen, desde compañeros y profesores de colegio y universidad, hasta compañeros de oficio y de profesión, pasando por familiares, amigos, alumnos, conocidos, socios, compañeros de asociaciones, medios de comunicación, instituciones y todos cuantos os hayáis cruzado un día conmigo y hayáis aportado vuestro granito de arena para hacer de mí este que soy, para lo bueno y lo malo. Esta nominación también es vuestra.

Y, por si acaso no me lo dan, aprovecho para dedicarle mi parte de nominación a mi madre que, al igual que Emilio, el protagonista de ARRUGAS, está enferma de Alzhéimer. Para ella y para Agustín y mi hermana Susana, que con tanto amor la están cuidando. Gracias.

martes, 3 de enero de 2012

El cuento del aval


Érase una vez, hace muchos años, un ratoncito apellidado Pérez. Sí, ese mismo, el pequeño roedor que acopiaba los dientes de leche que los niños depositaban bajo sus almohadas. Por cada uno que recolectaba dejaba una moneda de cinco duros bajo el cabezal. Después de venderlos a talleres de bisutería, descontando los gastos de almacenamiento y transporte, el ratoncito Pérez todavía obtenía un pingüe beneficio. Decidido a ampliar su boyante negocio,  Pérez solicitó una subvención  para incrementar el activo circulante de la empresa.
—Lo que has de hacer ahora –le explicó su novia, la ratita Presumida– es pedir un crédito puente en el banco. Después, cuando te hagan liquida la ayuda,  podrás devolver el empréstito.
Pérez se encaminó muy ufano hacia la entidad financiera más próxima. Allí le recibió el lobo Feroz que, muy cortésmente, le explicó la situación.
—Verás, no podemos darte el crédito si no tienes garantías con las que avalar la operación –aleccionó Feroz–. Tal vez si consiguieras que alguien te avalara...
─Mi amigo el sastrecillo Valiente tiene un próspero negocio de prêt a portè.
─No es suficiente ─sentenció el lobo enseñando los dientes─. Habla con los tres cerditos, son amigos míos y muy solventes.
El ratoncito fue a ver a los tres cerditos que muy diligentemente estudiaron su caso.
—No sé, no sé... –decía uno de los marranos– Quizá si tuvieras alguna propiedad inmobiliaria que pudiera garantizarnos la operación, ya sabes, edificios, fincas, heredades, predios...
—Nosotros tenemos tres viviendas –afirmó otro de los cerditos–, una de paja, otra de madera y una tercera de piedra.
—Bueno –continuó decepcionado el ratoncito–, mi madre tiene una casa.
—En ese caso –sugirió el tercero de los gorrinos– podríamos pignorarla.
—¿A mi madre? –se estremeció el ratón.
—No, hombre, no. A la casa.
Y así fue como la casa de la madre de Pérez avaló las casas de los tres cerditos, que estaban acreditando la sastrería de Valiente, que a su vez respondía por el negocio de compra-venta de dientes de leche de Pérez, que afianzaba el aval del banco del lobo Feroz, cuyo aval garantizaba la subvención.
Por desgracia, la subvención le fue denegada por carecer de un impreso compulsado y Pérez perdió su negocio y el de Valiente ─que terminó por convertirse en un cobarde─, además de la casa de su madre, que falleció de pena a las pocas semanas. La ratita Presumida se fugó con el gato con Botas, a los tres cerditos se los comió el lobo Feroz y al lobo lo abrieron en canal los siete Cabrititos, que eran en realidad siete auténticos cabronazos.
El ratoncito Pérez, abatido por la mala fortuna, emigró del país. Por eso los niños de las generaciones posteriores nunca más han vuelto a dejar sus dientes de leche bajo las almohadas.