Preámbulo: ¿Cómo evitar la procrastinación?
Muy sencillo: trabajando por etapas. Existe una explicación
científica para que resulte más fácil emprender un gran viaje dividiéndolo por
etapas y no del tirón. Muy resumida y burdamente hablando, el córtex prefrontal
de nuestro cerebro, alojado más o menos detrás de la frente, es el lugar donde
se organizan nuestras ideas y proyectos —exactamente igual que, por cierto, nos contaba la
película de animación “Del revés” (Inside Out, Peter Docter, 2015)—. Pero es el sistema límbico, escondido en lo
más profundo del centro de nuestro cerebro, quien libera, entre otros neurotransmisores,
la dopamina u “hormona de la
felicidad”, una gratificación o premio que se produce con cada pequeña tarea
concluida a corto plazo y que es la culpable de todas nuestras distracciones en
las tareas a medio y largo plazo. La dopamina, que es adictiva, es la
responsable de que continuamente nos distraigamos con los likes de Facebook, los tuits de
Twitter, el mail de nuestra pareja, la llamada del amigo para ir a tomar unas
cañas, aquel vermú, este café, esa mala costumbre del pitillo, la victoria de
nuestro equipo el domingo, el reintegro de la Bonoloto el jueves, un poquitín
de sexo el sábado, etc. Como veis, casi todas faenas u ocupaciones a corto
plazo. Pero tener que esperar semanas, meses o incluso años, para ver
finalizado nuestro guion, estrenada nuestra película, escrita nuestra novela, pintado
nuestro cuadro, compuesta nuestra ópera, tallada nuestra escultura o construida
nuestra catedral o puente colgante, y recibir con ello nuestra buena dosis de
dopamina, es un ejercicio muy poco gratificante a corto. A no ser, claro, que
dividamos nuestra tarea en breves etapas, en jornadas de trabajo o medias
jornadas, tal vez un par de horas u ocho, o dos páginas de escritura, o diez, o
mil caracteres, o diez mil, da igual. Lo importante es trabajar dando pequeños
pasos que podamos alcanzar y concluir con cierta inmediatez para que, al final
de cada etapa, recibamos nuestro chute de gratificante dopamina y nos podamos
sentir recompensados y ello nos anime a continuar el viaje al día siguiente,
con otra tirada que nos haga avanzar otra casilla en este particular juego de
la oca.
De esta forma, por etapas,
además de ir completando ordenadamente nuestro cometido, conseguiremos
divertirnos porque, creedme, el verdadero placer del guionista no es terminar
el guion, sino disfrutar de su escritura, jugando un poco cada día. Personalmente, el día que por otras ocupaciones no puedo escribir, aunque haya realizado un montón de tareas, tengo la sensación de que ha sido un día perdido. Por eso, es importante ir adquiriendo el hábito de escribir a diario, aunque solo sea una línea. Parafraseando a Plinio, el Viejo:
NULLA DIES SINE LINEA
Escribir debe convertirse en nuestro "juego favorito".
Me viene al pelo el título de aquella comedia romántica y algo cursi, interpretada por Rock Hudson y Paula Prentiss, "Man's Favorite Sport?" (Su juego favorito, Howard Hawks, 1964) para explicar que el secreto está en convertir nuestro oficio en nuestro deporte o juego favorito.
Desde que descubrí de forma
autodidacta este secreto nunca he dejado de jugar. Sí, para mí, escribir ha de
plantearse siempre como un juego, teniendo en cuenta el siguiente parangón:
ESCRIBIR = FANTASEAR = JUGAR
Del
verbo latino jocare (bromear) derivan otros verbos románicos que
designan diversión como: ludere (jugar), sonare (tocar) y agere
(representar). El castellano y catalán, así como el
gallego (xogar, soar y representar), el portugués (jogar, tocar, representar) o el italiano
(giocare, suonare y recitare), distingue entre estas tres
actividades lúdicas. Sin embargo, en las lenguas derivadas de sustratos
germánicos no se efectúa esta disociación y así el francés jouer, el
inglés to play y el alemán spielen, presentan la misma polisemia
(cuyo origen se desconoce) y significan indistintamente jugar, tocar un
instrumento o representar una obra.
Esta
raíz semántica común tiene su explicación racional ya que imaginar, crear,
inventar, descubrir, idear y, en definitiva, soñar —despiertos— ¿qué es, sino
un juego?
De la misma
forma que los niños juegan a ser adultos, los adultos “jugamos” en la mayoría
de los casos a huir de la realidad, a realizar deseos insatisfechos, es decir,
fantaseamos. Según Freud, «la fantasía es la
corrección de la realidad insatisfecha»
o, postulado de otra forma, fantaseamos para ser felices y satisfacer nuestros
anhelos. Por lo tanto:
LA FANTASÍA SERÁ LA MATERIA
PRIMA DE NUESTROS GUIONES
Decía
Shakespeare, por boca de Próspero en
“La tempestad”, que «estamos hechos de la misma materia de los
sueños», de esa misma materia de la que también estaba fabricado “El Halcón Maltés” (The Maltese Falcon, John Huston, 1941). Desde luego, de esa materia prima están hechos
los mitos o sueños seculares, «vestigios distorsionados de fantasías, plenas
de deseo, de naciones enteras», como dijo el guionista brasileño Doc Comparato.
Escribir, en tanto que fantasear, será siempre un
juego divertido —como montar un rompecabezas o jugar a la oca, al parchís o al
ajedrez, por ejemplo— con unas reglas y pautas que debemos dominar para poder
consumar con acierto la charada o farsa.
Con este taller, basado únicamente en
mi propia experiencia, pretendo tan sólo mostrar alguna de las rutas que nos
faciliten la llegada a la meta —escribir un guion— salvando distintas etapas
que he dividido en tres grandes bloques:
1. Aprender técnicas para crear y generar
ideas.
2.
Desarrollar
y estructurar nuestras ideas en un guion.
3. Presentar, vender y comercializar nuestros
guiones.
De
modo que ¡a jugar tocan! Y el primer juego consistirá en subir la escalera de
papel de diez peldaños que da título al taller. Y, por favor, sin saltarse
ninguno (porque, de hacerlo, podríamos dar un traspiés, caer y tener que volver
a empezar):
10. La venta del guion.
9. El guion final
8. El diálogo
7. Los personajes
6. El tratamiento
5. La escaleta
4. La estructura
3. La sinopsis
2. La síntesis
1. La idea
Y, sobre todo, recreaos en el ascenso porque lo importante de subir una escalera no es llegar al piso de arriba, sino disfrutar de cada peldaño, regocijarnos en cada escalón como si fuera el último. Cada vez que iniciéis una nueva historia, lo que menos desearéis es que se termine. Porque la verdadera meta no es el final, sino hacer el camino. Subamos al primer escalón.
Primer peldaño: LA IDEA.
CORDELIA: Nothing, my lord.
KING LEAR: Nothing!
CORDELIA: Nothing.
KING LEAR: Nothing will come of nothing.
(William Shakespeare, King Lear)
La primera máxima que debéis tener clara:
DE LA NADA, NADA SE OBTIENE
Existe una llamada Ley
de la Compensación cuyo primer postulado podría ser la sentencia con la que
Lear regaña a su hija: «Nada saldrá de
nada». Muy cierto. Esto es una verdad indiscutible porque, aunque la
primera acepción de la palabra “crear”, según el diccionario de la Real
Academia, es “producir algo de la nada”,
esta supuesta facultad milagrosa se emplea solo en sentido figurado ya que únicamente
a un hipotético Dios Creador le está reservada dicha capacidad. Nosotros,
pobres “creadores” mortales, estamos obligados a producir nuestras obras e
ideas partiendo siempre de una primigenia materia
prima que hará saltar la chispa de nuestra imaginación.
En
realidad, para ser estrictos, debiéramos denominarnos RECREADORES, porque eso es exactamente lo que hacemos: recreamos
historias de ficción a partir de pequeñas realidades conocidas.
El
ejemplo más gráfico que he leído al respecto —con permiso de Platón y su Teoría de las Ideas, de la
que hablaré en otra ocasión— era el expuesto por Enrique Vila-Matas como la paradoja del biombo en el que trataba de
explicar la vida real y la ficción como dos espacios de la misma habitación
separados por un bastidor. Ciertamente,
esos espacios son ficticios porque la habitación es solo una, la misma para
ambos. Somos los recreadores los que colocamos en el medio de la estancia el
biombo y jugamos a disfrazarnos detrás del mismo para salir a interpretar a
continuación un personaje. Escribir, aunque sea sobre personajes y hechos
ficticios, producto de nuestra imaginación, supone siempre inventar alterando una
realidad que hemos vivido o conocemos. Y lo contrario también sirve: escribir
basándose en vidas y protagonistas reales, supone igualmente inventar en alguna
medida.
En
principio y mientras nadie me demuestre lo contrario:
CUALQUIER IDEA ES VÁLIDA
PARA CONSTRUIR UNA HISTORIA
Tan
solo (y nada menos) hay que trabajarla adecuadamente. Estudios neurológicos
aseguran que cada ser humano tiene alrededor de entre 50 y 60.000 pensamientos
al cabo del día. ¿Pero cuántos de esos son susceptibles de convertirse en
ideas? El filósofo y físico inglés Robert-Hooke
(1635-1703) estimó que la mente era capaz a lo largo de una vida media de
pensar 3.155.760.000 ideas distintas. Pero ¡se quedó corto! Según ha publicado
recientemente la revista New Scientist,
una sola mente podría llegar a pensar la friolera de 10 elevado a 80 billones
de ideas. Una cifra que, por lo visto, supera el número de átomos que hay en el universo. El cálculo se basa en la cantidad de neuronas que caben en el cerebro
y las conexiones y combinaciones de todas ellas entre sí. ¡Apasionante e
inabarcable!
De
modo que, sí, ideas las tiene todo el mundo, pero muy pocos son los que
conseguirán materializarlas. Porque, no nos engañemos, lo difícil es tener la
perseverancia y voluntad para trabajar en ellas día tras día hasta darles la forma
adecuada. Recordad que, como decía Beethoven,
«el genio se compone del dos por ciento
de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación». De hecho, estoy convencido de que el talento
no es más que la suma de los conocimientos y experiencias adquiridos a lo largo
de los años. Nadie, por lo tanto, puede dotarnos de talento, excepto nosotros
mismos. Para conseguirlo tendremos que aprender a vivir cada día. Pero sí podemos
aprender ciertas técnicas —como las que yo utilizo— para facilitar nuestro trabajo.
Empecemos,
pues, por las ideas, dejando claro que todas estas metodologías sirven no solo como
punto de partida para la generación de argumentos que den lugar a obras enteras
(guiones en nuestro caso), sino también —cuando ya tenemos nuestro guion en
marcha— con la función de concebir buenas ideas para salir de atolladeros o
bloqueos, para incentivar la falta de inspiración o para escribir una secuencia
original, un diálogo único, un punto de vista distinto, etc.
¿Dónde
buscar esa materia prima generadora de ideas? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Dónde extraerla
del lugar en donde se oculta? En definitiva, ¿de dónde surgen las ideas? ¿Cómo
evitar el pánico a la página en blanco?
Respondiendo
primero a la última pregunta —por cierto, una de las cuestiones que siempre me
plantean los alumnos en mis clases o talleres— siempre contesto que,
PARA VENCER EL MIEDO A LA
PÁGINA EN BLANCO,
EMPEZAD A ESCRIBIR EN UNA
QUE YA TENGA ALGO REDACTADO.
De
Perogrullo, ¿verdad? Veréis, cuando comenzaba en este oficio, yo utilizaba esa
argucia: si quería escribir una secuencia de enredo, pongo por caso, buscaba un
referente en alguna película clásica del mismo género —ya lo dice la R.A.E.:
clásico, «que se tiene por modelo digno
de imitación»—, algo tipo Howard
Hawks, Ernst Lubitsch, o tal vez Blake Edwards o Peter Bogdanovich, por ejemplo, y copiaba directamente el
comienzo. A partir de ahí, trataba de continuar con mi relato hilando el
principio “prestado” con mi propia historia. Aquello hacía que mi inventiva se
activase porque el truco funcionaba como un canal de riego para la sequía narrativa.
Una vez que ya alcanzaba la plena efervescencia imaginativa, volvía hacia atrás
y reescribía totalmente el principio. No os olvidéis de hacerlo, claro, porque
el plagio no está tan bien visto en la actualidad como en la Inglaterra
isabelina (o, si no, al menos dadle una vuelta para que la cosa se quede en un
homenaje).
El
truco funciona porque la creatividad actúa en el cerebro como si se tratase de
un pequeño músculo. Si se le entrena y se le provocan estímulos, reacciona. Me
gusta visualizar que las ideas están almacenadas en algún oscuro ángulo de
nuestro cerebro, en donde se van apilando de forma inconsciente a medida que
surgen, y tan solo hay que conseguir hallarlas y desplazarlas hasta la luz. O
sea, al córtex prefrontal.
Por
lo demás, las ideas están en todas partes o, dicho de forma más sabia; «el objeto más trivial produce inspiraciones
sublimes» (Gustave Flaubert).
Pero sin duda ayuda mucho a encontrar la inspiración el tener un método de
trabajo ordenado. Al principio cuesta un poco, pero con algo de fuerza de
voluntad y disciplina se puede ir adquiriendo el hábito de escribir todos los
días, las mismas horas y, si es posible, el mismo número de horas y en el mismo
sitio, nuestro rincón. Crear este ambiente nos ayudará a encontrar la
inspiración para nuestro trabajo.
Los
autores de la Grecia clásica creían que las ideas se las inspiraban las musas.
Perfecto. Pero a las musas también hay que buscarlas porque no nacen por
generación espontánea o, como muy inteligentemente señaló Picasso, «la inspiración existe, pero tiene que encontrarte
trabajando».
Por
cierto, como los pintores, el cuaderno
de ideas o bocetos, es un instrumento de trabajo esencial para el guionista
y escritor. Las ideas nos sorprenderán en cualquier momento o lugar pero son
tan etéreas que, si no las registramos, acabaremos por olvidarlas y al cabo de
cinco minutos tan solo recordaremos que tuvimos una idea. Cualquier método
vale, desde la clásica libretita de alambre a la sofisticada Moleskine, o
incluso alguna aplicación de notas para móvil o tableta electrónica. Si sois
conductores, os recomiendo también llevar una grabadora a mano en el coche
porque al volante, especialmente en los trayectos cotidianos que solemos hacer
a menudo, se nos ocurrirán muchas buenas ideas y no es plan que nos juguemos
la vida tratando de escribirlas en una libreta o móvil mientras conducimos.
En
los años cincuenta, el guionista Lewis
Herman confeccionó un Cuadro de Ideas —o musas— que me
inspiró para encontrar las mías. A equivalencia de las canónicas, mis musas
también son nueve, a saber:
Calíope,
la elocuencia del encargo.
Clío,
la historia retrospectiva.
Erató,
la poesía de los mitos.
Euterpe,
la música del costumbrismo.
Melpómene,
la tragedia de los sucesos.
Polimnia,
el sagrado canto de la adaptación.
Talía,
la comedia de los sentidos.
Terpsícore,
la danza de las modas.
Urania,
la ciencia de la inducción.
Os las iré presentado una a una en las siguientes entradas semanales. Hasta entonces, os dejo abajo una primera propuesta de ejercicios. ¡Sed felices!
Propuesta de ejercicios:
En vuestro cuaderno de ideas —que si no tenéis aún ya estáis yendo a comprar— escribid las respuestas a las siguientes preguntas: ¿Por qué quiero escribir? ¿Para qué? ¿Sobre qué? Es importante que verbalicéis por escrito las respuestas, no solo las penséis, porque vuestro trabajo a partir de ahora va a consistir precisamente en eso: en poner por escrito vuestras ideas. Id entrenando.
Siempre he tenido ganas de escribir y nunca me he atrevido, puede que ahora lo haga. Voy a seguir el curso.
ResponderEliminar¡Anímate! Las primeras semanas hablaré de las distintas formas de generar ideas para cuando nos quedamos "en dique seco" y no sabemos cómo continuar. Pero a partir del segundo peldaño (la síntesis) verás que, siguiendo este método, escribiendo de la forma que explicaré, tan solo 5 líneas, tendrás ya un embrión que no querrás dejar de cuidar y alimentar para que crezca. Al menos, a mí me pasa. Ojalá también te funcione a ti. Un saludo y hasta la semana que viene :)
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