Al terminar la primera jornada del Congreso sobre "Envejecimiento con dignidad en el mundo moderno", convocada por HelpAge International en Bishkek, capital de la República de Kirguizstán, los organizadores nos tenían reservada una sorpresa: una cena en un centro etnográfico kirguí, la etnia del país.
Un autobús nos esperaba en la puerta del hotel para llevarnos a las afueras, en concreto al centro etnográfico Suparo donde tratan de recrear cómo era la vida de los nómadas kirguís no hace muchos años.
Mientras nos dirigíamos a las afueras, el sol del atardecer tintaba de rosa
las montañas de nieves perpétuas.
El centro etnográfico y recreativo semeja un campamento nómada kirguí donde cada yurta o tienda nómada es una sala dispuesta para varios comensales que varía de tamaño según el número de invitados.
Una de las tiendas dispuestas como comedor.
También tienen tiendas y cabañas de madera a modo de museo en los que exhiben piezas, herramientas, artesanía, armas, tapices y demás objetos populares kirguís.
Exposición de utensilios kirguís en otra de las yurtas.
Nada más llegar, nos recibió un actor vestido a la usanza de guerrero kirguí. Al verme se acercó y me preguntó de que país era. Le dije que español y él, muy animado, pidió sacarse una foto conmigo porque nunca se había fotografiado con un matador de toros. Yo, entre risas, le dije que no, que no era era torero, que era gallego y que en Galicia, como mucho, lidiábamos con centollas. Pero me contestó que él, sin embargo, sí mataba toros pero no con estoque sino a puñetazos. Me pareció mucho más justo, qué queréis que os diga. Así, en igualdad de condiciones, el toro y el hombre.
Aquí, con el "torero" kirguí.
Nos sacamos la foto y, a continuación, siguiendo la hospitalaria tradición kirguí, los anfitriones de la casa nos ofrecieron una jofaina donde lavarnos las manos antes de entrar en un amplio comedor que era una de las yurtas más grandes.
En el lavamanos ofrecido por los anfitriones.
En el interior nos esperaban varias mesas en donde nos fuimos sentando los invitados. Siguiendo otra tradición kirguí, todas ellas tenían ya todos los alimentos expuestos sobre el mantel, incluido el postre, por lo que, ante mi desconocimiento, acabé mezclando un rico plato de embutido de caballo -sí, probé el caballo- con dulces de miel, para gran consternación de los presentes. Afortunadamente, mi traductora Sofía me iba aleccionando y poco a poco me fui haciendo a las costumbres gastronómicas y culinarias del país.
Interior de la gigantesca yurta, dispuestos para la cena.
Otra de las curiosidades es que no comen con vino, sino con té. Así que, con gran aflicción por mi parte, pedí un té verde para acompañar la cena. Pero mi decepción fue temporal porque, al final de la misma, comenzaron a servir vino, como quien sirve el café (infusión que nadie toma aquí), para poder brindar. También acabaron sirviendo beshbarmak -que significa literalmente "cinco dedos" porque se come con las manos- y que es un plato que solo se sirve a los huéspedes más honorables. Un cocido de trozos de cordero hervido con fideos y espolvoreado con perejil y cilantro que estaba, efectivamente, muy bueno.
Beshbarmak, para chuparse los (cinco) dedos.
Pero lo inesperado vino a los postres. Los organizadores nos habían colocado por equipos en cada mesa. Y comenzaron los juegos. El primero consistió en que cada mesa debía elegir un nombre y un representante para su equipo, cada uno de nosotros tenía que elegir su mejor cualidad -la mía fue, claro, "el hombre tranquilo"-, después teníamos que decidir qué era lo que más nos había gustado de la jornada vivida y por último qué esperábamos del día de mañana. Pasado un tiempo para dilucidar todas estas cuestiones, cada mesa tenía que exponer sus conclusiones públicamente en la voz del jefe de equipo. En mi mesa, formada por siete magníficas mujeres, cada una de una de una etnia distinta, por cierto, yo estaba solo ante el peligro, pero conseguí salir airoso del lance. Tengo que decir que, para mi honra, en varias mesas lo que más había gustado del día era la proyección "Arrugas".
Mi mesa con las integrantes de mi equipo.
Acabado el primer juego, un grupo folclórico del país comenzó a interpretar un precioso canto popular kirguí. Os dejo aquí un extracto del mismo:
Tan bonito fue el número que, al poco, se pasó al segundo juego consistente en que alguien te pasaba una taza de té y entonces tenías que salir al medio de la sala a cantar alguna canción originaria de tu país. Cuando terminabas, pasabas la taza de té a otro que tenía que hacer lo mismo. Si no sabías cantar se te permitía declamar unos versos. Mientras la gente se pasaba la taza y empezaban a oírse canciones armenias, georgianas, rusas, kirguís, azerbajanas, serbias, italianas y hasta irlandesas (una "Molly Mallone" que casi me hizo saltar las lágrimas), yo rezaba sudando para que nadie me pasara la taza mientras mentalmente repasaba "A Rianxeira", "Apaga o candil" y hasta el himno gallego. Finalmente se apiadaron de mí y no tuve que cantar, aunque hube de prometer a mis amigos italianos Raffaele y Chiara que iría a un karaoke (diversión muy popular en este país) y cantar con ellos el "Azzurro".
La cena no tuvo desperdicio, y además literalmente, porque otra de las sanas costumbres del país es repartir bolsas de plástico donde los invitados pueden (y deben) llevarse a su casa los restos de la comida. Una norma que debería expandirse en todo el mundo para no desperdiciar tantos alimentos.
Después de muchas canciones y versos -¡y eso que solo beben té!-, la fiesta llegó a su fin y, acompañado por mi traductora, aún pude visitar el resto del centro etnográfico mientras los árboles plantados al margen de un camino empedrado iluminaban el sendero con unas luces que me recordaban a las que utilizamos nosotros en navidad.
Un toque de distinción.
Y, así, a grandes rasgos, transcurrió la inesperada e inolvidable cena kirguí a la que tuve el honor de ser invitado ayer. Mañana sábado, con el congreso ya terminado, antes de subirme al avión que me llevará de vuelta a casa el domingo, me espera una excursión por las montañas y la visita a un bazar. Ya os contaré.
Ah, y no os olvidéis de ser felices! ;)