«Mi primer contacto con las salas de cine se produjo a la
edad de cuatro años. Mi madre me dejaba en el hoy desaparecido cine Coruña
mientras ella aprovechaba para hacer compras en los almacenes Barros y Saldos
Arias, en el centro de la ciudad herculina. Dado que en casa no entró un
televisor hasta que cumplí los ocho, aquellas primeras películas con las que
pasaba horas hipnotizado —y que después revivía al capricho de mi fantasía en
la soledad de mi habitación, ya como protagonista y con unos cuantos amigos
invisibles como secundarios—, fueron las únicas imágenes en movimiento que
disfruté en mi más tierna niñez. No, no quería ser guionista o director (ni
sabía qué era eso), a los ocho años solo quería ser John Wayne, feo, fuerte y formal. Embrujado ya por la magia del
cine, recién cumplidos los 10 años cayó en mis manos una revista con un
artículo sobre cine amateur en Súper-8 con el grandilocuente título de “Los primeros pasos hacia el Óscar”.
Aquel pequeño manual de aprendiz de cineasta constituyó mi particular Cinema Paradiso, haciéndome soñar con
plasmar en la pantalla grande las historias imaginadas en mis juegos
infantiles. A los 12 años le “robé” el tomavistas Súper-8 a mi padre y me puse
ya manos a la obra. Desde entonces hasta hoy he seguido jugando a contar
historias. Si bien es cierto que aún no he conseguido el Oscar® que
prometían aquellas páginas, las estanterías de mi casa exhiben numerosos
premios internacionales entre los cuales hay tres Goya, máximo galardón del
cine español, incluido el de Mejor Guion Adaptado que en el año 2012 me
concedió la Academia de las Artes y de
las Ciencias Cinematográficas de España por la película “Arrugas” (Ignacio Ferreras, 2011). Es por ello
que hoy me atrevo a publicar este libro, para contar mi experiencia, en la
confianza de que servirá para facilitar el camino de otros guionistas,
especialmente de aquellos que están empezando y aún no se han labrado una
técnica propia (o, si no, al menos les servirá para descartar mi metodología y
ahorrarles tiempo en la búsqueda de sus propias herramientas y destrezas
inventivas). Pero sobre todo lo escribo con la esperanza de que provoque la
misma ilusión y las mismas ganas de lanzarse a fabular historias a futuros
guionistas, escritores y escribidores, como las que engendró en mí aquel
promisorio artículo leído en mi ya muy lejana infancia.
He de confesar aquí que fui un
niño muy fantasioso que se pasaba el día contando mentiras, pero no por
necesidad, es decir, para librarme de algún castigo después de alguna trastada
o fechoría infantil, sino por el simple placer de hacer la realidad cotidiana
de aquella etapa pueril más interesante y extraordinaria. Sin saberlo aún,
trataba ya entonces de llegar a la verdad a través de la ficción.
Afortunadamente, con los años, el oficio de guionista me ha permitido canalizar
aquella inocente tendencia a la farsa gracias a mantenerme ocupado diariamente
en la invención de historias maravillosas.
El esqueleto de este libro está
confeccionado partiendo de los apuntes de numerosos talleres, clases
magistrales, seminarios y conferencias que regularmente he venido impartiendo
desde el año 2001 en másteres, escuelas y facultades, tanto de toda España,
como en países tan diversos como Alemania, Argelia, Brasil, Federación Rusa,
Macedonia, México, República Dominicana —este último compartido con mis colegas
y amigos Diana López Varela y José Antonio Pastor— o el mismísimo Kirguistán,
entre otros. Agradezco a mis alumnos de todo el mundo lo mucho que he aprendido
de ellos en estos años, por lo mucho que me han hecho reflexionar e investigar
acerca del tema que nos ocupa.
No es este, sin embargo, un Manual
de Guion al uso en el que pretenda pontificar una técnica cerrada para intentar
enseñar a escribir guiones, sino que, con toda modestia, intentaré tan solo
aspirar a narrar lo más ordenadamente que pueda los métodos que yo utilizo para
desarrollar mi oficio, aderezados con citas ajenas, además de ejemplos y
anécdotas, experiencias y sensaciones particulares asimiladas en mi propio
aprendizaje, en el afán de inculcar el deseo de escribir a quien esté
interesado y que, posteriormente, cada uno pueda descubrir el sistema más
adecuado para hacerlo. Y, sobre todo, intentaré entretener a mis lectores
satisfaciendo la curiosidad de todos aquellos cinéfilos que sientan inquietud
por conocer algunos de los variados mecanismos y métodos de trabajo del oficio.
Digo bien, oficio y no
profesión, porque considero que el de guionista, como todos los oficios, solo
se puede aprender con la práctica. Como el aprendiz de alfarero, al que por
mucho que le expliquen teóricamente cómo se hace un botijo, hasta que él mismo
hunda sus manos en el barro, venza el miedo a hacer un churro (al fracaso) y se
lance a fabricar el primero, no conseguirá aprender y fijar una técnica. Es muy
posible que a nuestro particular guionista-cacharrero no le salgan bien los
primeros guiones-botijo que elabore, sin embargo, con perseverancia irá
adquiriendo experiencia y conseguirá poco a poco convertirse en un buen
artesano. Quizá más tarde, algunos de ellos —seguramente pocos— alcanzarán la
excelencia y se convertirán además en artistas capaces de parir obras maestras,
porque recordemos que en el cine fabricamos prototipos, ya que todas las historias
son (o deberían ser) distintas. Pero nuestro primer empeño debe ser el de hacer
que nuestro botijo funcione para el uso que se pretende: enfriar el agua, en
ese caso —entretener, reflexionar, emocionar, etc., en el caso del cine—, es
decir, convertirnos en buenos artesanos. No en vano artesano y artista
comparten la misma raíz que “arte”, y un denominador común: imprimir su sello
personal en el producto que elaboran.
Fue el director de fotografía
estadounidense Gordon Willis —autor
de la luz, entre otras, de “Annie Hall”,
“Manhattan” o la saga completa de “El Padrino”— quien sentenció que «el cine es un oficio, no un arte». Según
él, y yo estoy de acuerdo, el arte sale del oficio. Puedes tener una buena idea
para pintar un cuadro, pero ¿sabes pintar? Si la respuesta es no, la idea
carece de valor porque no tienes forma de poder expresarla. Lo que a uno le da
libertad es la capacidad de poder realizar esa idea, no la idea en sí misma.
Mi segunda aspiración es hacer
que el lector que ansía escribir, domine su miedo al fracaso y se arroje de
lleno al trabajo asimilando algunos trucos que hagan más fácil su tarea pero
confiriendo a sus guiones una mirada personal ya que aquí, y solo aquí,
residirá la verdadera originalidad de su trabajo.
Casi todos los grandes
escritores utilizan técnicas personales de todo tipo y muchos de ellos
dedicaron buena parte de su tiempo y de su vida a intentar explicarlas
generosamente a los demás. William
Goldman, Jean-Claude Carrière o Doc Comparato, entre los guionistas, o Flaubert, Cortazar o Vargas Llosa,
entre otros muchos grandes literatos, son algunos de ellos. García Márquez, por ejemplo, comparaba
la escritura con el oficio del carpintero: «La
escritura de ficción es un acto hipnótico. Uno trata de hipnotizar al lector
para que no piense sino en el cuento que tú le estás contando y eso requiere una
enorme cantidad de clavos, tornillos y bisagras para que no despierte. Eso es
lo que llamo la carpintería, es decir es la técnica de contar, la técnica de
escribir o la técnica de hacer una película. Una cosa es la inspiración, otra
cosa es el argumento, pero cómo contar ese argumento y convertirlo en una
verdad literaria que realmente atrape al lector, eso sin la carpintería no se
puede».
Aparentemente podría parecer
que el método más sencillo, una vez que tengamos una idea, es lanzarnos a
escribirla. Es lo que se llama escribir
de fuera adentro, pero mi experiencia me dice que tardaremos mucho en
conseguir finalizar nuestro guion, haciendo que todo case y funcione
correctamente, extraviándonos seguramente muchas veces por el camino y
derrochando un tiempo precioso en reescrituras.
Mi primer guion de largometraje
fue la película de animación “El bosque
animado, sentirás su magia” (Ángel de la Cruz, Manolo Gómez, 2001). En aquella época, no tenía metodología alguna
y escribía por intuición, por esa razón necesité veintidós reescrituras para
poder concluirlo, ¡veintidós, nada menos! Casi veinte años más tarde, “Arrugas”, el libreto por el que nos
galardonaron con el premio Goya al Mejor Guion Adaptado, solo necesitó tres.
Mi propuesta es escribir de dentro afuera, con un
método preestablecido, paso a paso, etapa a etapa (sin saltarse ninguna) y, en
este libro, trataré de mostrar las rutas que utilizo para facilitar la llegada
a la meta (escribir un guion) disfrutando además del camino. No existen atajos,
yo no creo en ellos porque los atajos son más cortos pero más lentos, ya que
suelen ser veredas de tierra, trochas angostas y sin señalización, sendas mal
trazadas por mitad de una selva oscura que, como a Dante, nos hacen perder la visión del recto sendero y, a la postre,
emplear más tiempo en arribar a buen puerto, perdidos entre cantos de sirenas,
e, incluso, malogrando nuestra singladura y haciéndonos naufragar en el
intento. El camino que yo propongo, puede que sea más largo pero es más rápido
porque está bien asfaltado, iluminado y señalizado. Y, es de todos sabido que,
aunque la autovía tenga más kilómetros que la carretera comarcal, nos ahorrará
tiempo y nos proporcionará mayor seguridad.
Pero además, y esto es quizá lo
más importante, al utilizar esta técnica de escritura por etapas, aprenderemos
a evitar la procrastinación, es
decir, esa propensión tan común a diferir y aplazar nuestro trabajo en el
tiempo sin que seamos capaces de llegar a finalizarlo nunca, provocándonos la
consiguiente depresión o ansiedad. Lo que mi madre llamaba la vagancia de toda
la vida. ¿Cuántos de vosotros habéis oído multitud de veces la frase “tengo una
idea genial para una película”? O una novela, cuento, obra de teatro, etc. Y
¿cuántas de esas obras se han, no digo ya realizado, sino tan solo escrito?
Seguro que muy pocas, porque escribir requiere un esfuerzo enorme para el que
muy pocos están preparados pero que, si conseguimos hacerlo divertido y
gratificante, muchos querrán probar y disfrutar. En el fondo, es solo cuestión de
entrenamiento, de disciplina, orden y método.
Me explico. Si os planteáis
recorrer algún día el Camino de Santiago —en concreto por su ruta más conocida
del Camino Francés— y, ya en el punto de salida en Saint Jean de Pied de Port,
en la frontera francesa, pensáis que os quedan por delante 775 km y un mes
entero para hacerlo, seguramente desistáis del intento. Sin embargo, si en ese
mismo momento calculáis que solo tenéis que llegar a Roncesvalles (final de la
primera de las treinta y una etapas en las que se divide la Ruta Jacobea) y tan
solo debéis superar 25 km ese día, sin preocuparos del mañana, tal vez decidáis
echaros a andar alegremente. Todos los caminos comienzan con un paso. Este
también.»