A todos nos gusta viajar o, mejor dicho,
a todos nos gusta conocer otros lugares, culturas y gentes. Pero viajar en sí
mismo, o sea, el acto de desplazarse, suele ser un incordio. Especialmente si
tienes que cargar con una gran maleta abarrotada de ropa y con media oficina a
cuestas por motivos laborales, como es mi caso. Ya sabéis, los famosos “por si acaso”. Esos
“por si acaso” son los que hacen más ingrata la tarea de viajar. Pero, seamos
sinceros, ¿cuántas veces hemos ido de viaje y, al llegar a nuestro destino, no
nos hemos puesto ni la mitad de la ropa que llevamos, ni hemos utilizado la
tercera parte de los libros, utensilios y objetos que transportamos con
nosotros con la desesperación del que se va a una isla desierta?
En los próximos 10 días tengo que tomar
seis aviones, tres trenes, hacer cuatro transbordos y pasar tres controles de
seguridad en tres países distintos. George Clooney nos enseñó en “Up in the air”
(Jason Reitman, 2009) cómo recorrer el mundo ligeros de equipaje, no solo en
los viajes sino también en la vida. Y la verdad es que así se viaja mucho más
cómodo, menos estresado y se disfruta mucho más, no solo de la estancia, sino
del trayecto en sí mismo, que también es parte de la gracia.
Pero para ello tenemos que saber ordenar
nuestra maleta (y nuestra vida) y viajar con el kit de supervivencia, es decir,
únicamente con lo imprescindible y realmente necesario, solo lo que vamos a
utilizar.
En diez días y con tantos transbordos,
algunos de ellos casi sin tiempo, resulta obvio que facturar una maleta más
grande no va a ser práctico pues, casi seguro que nos la van a extraviar en
algún aeropuerto. Por no hablar de la incomodidad de tener que arrastrar por
media Europa dos maletones, lo que nos obligaría casi siempre a tener que
utilizar taxis, cuando bien podríamos arreglarnos en metro o autobús, sobre
todo, en estos tiempos de crisis.
Lo primero, como todo, es visualizar y
anotar lo que verdaderamente nos vamos a poner. Para eso hay que tener clara
nuestra agenda. En este caso, diez días son demasiados para meter ropa en una
maleta con las dimensiones reglamentarias para que la admitan en la cabina de
un avión sin facturar, con lo que llevar ropa para mudarse a diario va a resultar imposible.
Pero para eso están las lavanderías autoservicio de lavado y secado automático
de ropa, ambas operaciones llevan menos de una hora. Me decido, por tanto, a llevar
ropa para 5 días y sé que a la mitad de mi viaje tendré que hacer tiempo para una
colada. Importante localizar por internet una de esas lavanderías en la ciudad
donde vayamos a dormir la sexta noche. En mi caso Roma.
Es
importante disponer de una buena maleta con las medidas reglamentarias
—55 x 40 x 29 cm y 10 Kg de peso máximo—. Os recomiendo una trolley de cuatro
ruedas, porque así no tenéis que arrastrarla (cargando su peso) sobre dos
ruedas, sino simplemente empujarla para que se deslice sola.
Yo
siempre comienzo por meter la ropa interior: camisetas, calzoncillos y
calcetines (los ejecutivos ocupan menos). Todo bien encartado, por supuesto.
Ése es el verdadero secreto de una maleta bien ordenada: encartar bien las
prendas.
Después
las camisas. Aquí no queda otra que pasar por la plancha. Ya sé que es una
tarea ingrata, pero las camisas bien planchadas y encartadas, ocupan menos espacio.
Imprescindible
llevar unas chanclas de baño (en una funda) para no tener que andar descalzo
por esos hoteles europeos donde tanto les gusta enmoquetar los suelos. Unas
zapatillas ocupan más, sobre todo si, como yo, calzáis un 46.
Guardamos
camisas y camisetas en la maleta y ajustamos bien las cintas de sujeción para
que ocupen lo menos posible y no se desplanche la ropa. La ropa interior y las
chanclas envueltas en su funda pueden meterse en los laterales aprovechando
bien los huecos. Aun cabría un jersey o cazadora finos, pero este viaje no
llevaré porque parece que la previsión del tiempo es buena. Si llueve al
llegar, en los aeropuertos venden paraguas plegables que también cabrían en la
maleta.
Además de
los vaqueros que llevo puestos, que bien aguantarán toda la semana, conviene
llevar otros pantalones de repuesto. En mi caso, como también llevo puesta
americana, meto de repuesto los pantalones del traje correspondiente a esa
chaqueta —que me vendrán de perlas además para ir “trajeado” si tengo que
acudir a alguna ceremonia o evento importante, como así será esta vez—. Pero,
¡ojo!, no los encartéis, porque quedarán las marcas. Lo mejor para guardar los pantalones
de un traje es enrollarlos y dejarlos también en un lateral. Os prometo que al
llegar al destino no tendrán ni una sola arruga.
En invierno viajo con la misma ropa, solo que, además de la americana puesta, llevo también un abrigo o chubasquero encima, que cuando me quite llevaré colgado del brazo porque obviamente no cabe en la maleta.
Para evitar arrugas, los pantalones enrollados, no doblados.
En invierno viajo con la misma ropa, solo que, además de la americana puesta, llevo también un abrigo o chubasquero encima, que cuando me quite llevaré colgado del brazo porque obviamente no cabe en la maleta.
Muy
importante también el neceser trasparente de aseo personal con frascos que no
superen los 100 cc. Procurad recortaros las uñas de manos y pies porque no
podéis viajar con tijeras ni cortaúñas. Aunque ya las tengáis cortas, conviene
hacerle un repaso. Y, en mi caso, también me afeito la barba para volver a
dejármela crecer en los próximos 10 días y no estar pendiente de afeitados y
recortes.
El neceser transparente con los líquidos y útiles de aseo.
A continuación, el ordenador protegido en una funda, con su cableado y, si queréis, una tableb.
Después
guardamos todo en la maleta dejando para el final el ordenador y el neceser,
porque os lo van a hacer sacar en el control. Aún queda espacio para un par de
libros de bolsillo. Esta vez, en vez de una novela, he preferido viajar con un
par de manuales de idiomas para repasar durante los vuelos las lenguas que voy
a tener que chapurrear en mis destinos.
Todavía
tenemos espacio en los bolsillos supletorios. Es el sitio ideal para guardar,
ordenados en una funda, todas las tarjetas de embarque impresas, tiritas, tickets,
reservas de hoteles, mapas, flyers, tarjetas de visita, discos duros, cables de
carga, medicamentos, pañuelos, bolígrafos, etc. Caben, os lo aseguro (no hace
falta meter toda la caja de aspirinas o de tarjetas de visita, por ejemplo,
solo un poco de cada cosa).
Y por fin
está hecha la maleta: 9,6 Kg. En los aviones, nos permiten viajar con otro
bulto de mano menor (35 x 20 x 20 cm), que normalmente suele ser una bolsa de viaje
para el ordenador. Pero como yo ya lo llevo en la maleta, me reservo esa opción
por si, de regreso, compro algún souvenir. Lo tendré que llevar, eso sí, en la
bolsa de plástico que me den al adquirirlo.
Ah, muy
importante. ¡El calzado! Aquí nos la jugamos porque, chanclas aparte, solo
podemos llevar el puesto, en la maleta no cabe nada más. Elegid entonces unos
zapatos cómodos para patear las calles, pero al mismo tiempo que os sirvan para
poner con el traje en los actos importantes, una vez repasados en el hotel con
una de esas esponjitas limpiadoras que suelen dejar de cortesía a los clientes
para dicho menester. Nunca estrenéis calzado para salir de viaje, mejor zapatos
muy usados y bien dados de sí —tipo papa Francisco—, aunque resistentes.
Zapatos cómodos y "usados", modelo papa Francisco, buenos para trotar,
ir a un cóctel o dar la bendición Urbi et Orbi.
En este
caso me he decidido por unos zapatos negros pero con suela de goma y, por
supuesto, sin cordones, porque casi seguro que también os los harán quitar en
el control del aeropuerto y es un engorro andar atando y desatando cordones
cada dos por tres.
Pues
nada. Me esperan esta semana el Festival de Stuttgart en Alemania y, la
próxima, el Festival de Roma en Italia. Y, lo que es mejor, invitado. Dentro de
diez días estaré de vuelta.
Hasta
entonces, sed felices! ;)