Ya es 16 de junio, el Bloomsday. Toca de nuevo repasar otro
trocito del “Ulises” de Joyce y pasar el día —y espero que toda la semana—
escribiendo. Porque eso es lo que debe hacer quien desea ser escritor:
escribir. A veces nos despistamos de este precepto tan simple porque es éste un
oficio muy fetichista, lleno de manías y
lugares de culto. Por ejemplo, entre mis fetiches, tengo una pluma Montblanc
con la que empiezo a garabatear a mano todo cuanto escribo, cuando arranco a
trabajar en su sinopsis, trama y estructura antes de sentarme delante del
ordenador. Y tengo la manía de trabajar siempre en zapatillas, en silencio, sin
música ni nada que desvíe mi atención. En cuanto a los lugares de culto, hay
uno especialmente querido por mí: la librería “Shakespeare and Company” de
París.
Shakespeare & Co. en la rue Bûcherie, frente al quai de Montebello de la rive gauche.
La misma que en 1922 publicó la primera edición de “Ulises” por
iniciativa de su dueña Sylvia Beach. Aunque yo sabía de su existencia —precisamente por el libro de Joyce—, la
librería me la descubrió hace ahora unos doce años años, mi amiga Raquel Caleya,
del Instituto Cervantes de París, y ella me presentó a su dueño, el simpático George Withman que, al saber que yo era español, me citó como el torero incita al toro para la embestida. No le embestí, no, me reí y compré una edición en inglés de "El sueño de una noche de verano" que un año más tarde (entonces aún no lo sabía) adaptaría libremente al cine en lo que sería mi segunda película de animación.
Raquel y yo, con el viejo Whitman, en una foto de aquella época.
Ayer me enteré por el artículo de opinión de La Voz de Galicia de
Eduardo Riestra que Withman falleció hace dos años. A su manera, también fue un mecenas. En su librería acogía y daba cobijo a aprendices de escritores, guionistas, periodistas y escribidores en general y era fácil ver a gente despatarrada por todas partes leyendo y escribiendo en el apartamento lleno de libros viejos del piso
superior. En la planta baja hay también un pozo de los deseos.
Pozo de los deseos de la Shakespeare and Co.
Allí lancé una moneda
para pedir mi deseo: escribir. Y, digo bien, no pedí ser escritor —esos seres
raros llenos de manías y fetiches, que idolatran lugares de culto—, pedí tiempo,
voluntad, perseverancia y talento para escribir. De modo que aquí estoy, intentándolo
al menos y disfrutando del intento. Y hoy, como es el Bloomsday, rendiré pleitesía a Joyce —y a través de
él a todos los poetas vivos y muertos que admiro—, y escribiré. Y puede que al
final del día también me tome una pinta de Guinness. Espero que dentro de poco pueda renovar también mis votos en la Shakespeare and Co. Sed felices! ;)